12 abr 2016

El monopolio del trabajo

Alguien con 40 años o más hoy, en tiempos “ha” podía pensar algo así como montar una carpintería, una charcutería o una panadería en su barrio. Antes eran oficios dignos. Daban para lo justo, pero eran dignos. Hoy ya no se puede. Hoy te empleas de carpintero (¡imposible! Oficio en extinción), de charcutero en un grupo comercial multinacional, o de panadero en una franquicia de productos congelados de panadería, cuya principal labor será pulsar los botones de un microondas industrial,  y de digno tiene lo que una o uno le pongan a la cosa. Nada más. Muchas horas mal cobradas indignamente. Horarios sin fronteras. Y contratos de incertidumbres neuróticas. “… cuando el encargado ya me ha mirado mal nada más empezar, a dos horas de finalizar mi porquería de contrato de dos horas, pierdo la esperanza pero no puedo dejar de esforzarme, de trabajar por mejorar mi situación.”, respondía la empleada de una multinacional de ropa, graduada en administración de empresas, durante una entrevista para el estudio sobre las condiciones de trabajo en las grandes superficies comerciales.
Toda violencia ejercida contra la vida es despreciable. La degradación de las condiciones materiales de existencia de los individuos es violencia y está fundamentada en el miedo: más acá de la indignidad en el empleo interiorizarás la indignidad en el desempleo, porque eres de clase obrera y dependes de tu fuerza de trabajo para comprar, para pagar, para sobrevivir.
En febrero de 2010, la revista Papeles Ecosociales publicó un debate entre el economista José Manuel Naredo y el poeta Jorge Riechmann. El debate giraba en torno al papel del trabajo en la crisis del capitalismo. Hoy semejante título no deja de provocarnos un leve rictus amargo: El trabajo, la profesión, desaparece y su vacío lo llena una diversidad de formas de empleos, subempleos y desempleos. Por entonces, Riechmann abogaba por el concepto del trabajo como constante antropológica, “dimensión humana básica”, según la cual, los humanos, además de producir bienes y servicios, construimos nuestra identidad y participamos socialmente intercambiando con los demás nuestras habilidades y capacidades. Frente a una noción productivista del trabajo abogaríamos, yo me sumo, por la humanización del trabajo. 
 A lo largo de la década 1999-2009, incluido el periodo ignominioso en el que el juego financiero de las élites económicas pasó factura de sus pérdidas a la clase obrera, engañándola, parándola, arruinándola y desahuciándola (por este orden) sin sonrojarse, puede observarse claramente esta cosa de la creciente apropiación del trabajo en cada vez menos manos privadas.
Cuando en el norte de Marruecos, en la región de Tánger-Tetuán, entre 1999 y 2010 se creaban cerca de 1.400 industrias para la exportación en su mayoría españolas y francesas[1], las empresas del sector industrial en la CCAA de Madrid, especialmente la manufactura, reducían su número de asalariados, cerraban o se deslocalizaban. A la vez que esto sucedía crecían desorbitadamente las pequeñas empresas de autónomos o cooperativas sin asalariados (un 900 % de incremento relativo) dedicadas al sector textil ¿Mera supervivencia de aquellos a quienes se les ha despropiado de su puesto de trabajo, o, indirectamente, lucha de clases?
Pero hablemos ahora de los carpinteros. Entre 1999 y 2010, en la industria de fabricación de muebles, el número de empresas con menos de 199 trabajadores cae en la CCAA de Madrid. También desaparecen las empresas sin asalariados, constituidas en su mayoría por carpinteros autónomos independientes o asociados en pequeñas cooperativas, mientras que el número de empresas con más de 5000 trabajadores aumentan un 33%.
Cuando analizamos las ramas de actividad comercial la cosa empeora. En este sector el número de empresas grandes, muy, muy grandes, crece y crece como si el mercado fuera infinito, pero no es así. A lo largo de la década se abrieron 107 comercios con más cien asalariados, además de ocho estructuras comerciales con  más de 5000. Y mientras esto sucedía, 5.981 familias echaban el cierre de sus pequeños comercios.
Dice el sociólogo Alejandro Portes que los elementos que componen la estructura social están formados por la capacidad específica y diferenciada de unos actores sociales de obligar a otros a acatar su voluntad. Entre las diferentes formas de materializar dicha capacidad distingue el poder que confiere el control de los medios de producción, y apuntilla, “entre estas formas de poder básicas, se incluye en primer lugar, el poder (posesión de recursos) de crear empresas”.

Artículo escrito por Damián Herrera, Sociólogo
Miembro del Instituto de las Ciencias Económicas para la Autogestión ICEA
https://www.diagonalperiodico.net/blogs/economia-para-todos/monopolio-del-trabajo.html

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