Cuando el juego ejerce de tentación ante la cruda realidad de la precariedad laboral

Cierra esa mierda, le digo. Ya saben mis compañeros el odio que le tengo a ese tipo de prácticas y la brasa que les doy cada vez que lo veo. “Que estoy mirando resultados, además no tengo dinero en la cuenta”, me contesta guardando el móvil. Lo mismo te sirve de diario deportivo como de fondo de inversión. Ya llegamos tarde, entre el cigarro y las apuestas se nos ha ido el santo al cielo. Nos quedan 10 horas por delante en un centro comercial, un domingo que nos pagan al mismo precio que el resto de días. Igual eso de las apuestas tampoco es tan loco, todo sea por dejar esto.
Aunque cada mañana del último día de la semana te levantas pensando que ya queda menos para no volver más, según avanza el día te quedan hasta ratos para pasártelo bien. Entre risas y tertulias siempre aparece Pedro con la alegría que nos falta a todos para ofrecernos echar la primitiva. ¿Otra vez?, pienso yo. Ya la echamos la semana pasada y no tocó nada, vaya forma de tirar el dinero. “Chica, que es un euro, cuando nos toque ya llorarás”, me dice mientras ríe. Esta vez no participo, me parece una pérdida de tiempo. Pero hay semanas que sí, que sí lo hago, me dejo hasta cinco euros con un sentimiento de culpa horrendo pero con la esperanza de que algo pueda pasar.
Es la hora de la comida, en ese momento sabes que la mitad de la jornada está hecha, que a poco que tengas un par de clientes y la jefatura no esté muy presente es cuestión de coser y cantar. Entre broma y con algún toque trapacero acabamos saliéndonos con la nuestra y el grupo que mejor relación tenemos conseguimos comer a la misma hora. El bar de enfrente siempre es buena opción, no hay mucho más cerca y la relación con los camareros es tan buena que cualquier otra alternativa podría considerarse casi como una traición al local.
Cada fin de semana la misma conversación. Cada fin de semana mi desesperación por hacerles entender y su esperanza por triunfar. Y yo solo me acuerdo de Antonio y su cara descompuesta cuando hace dos años perdió mil euros que luego pudo recuperar.
Abrí la puerta, no me hacía gracia aquel sitio pero las copas eran muy baratas y, antes de salir, la juventud del barrio nos reuníamos ahí. Le vi con la cara hasta el suelo y los ojos en otro lugar. Después de una hora consiguió su dinero y casi a gritos me lo llevé al cajero. Guárdalo todo, le dije, pero ni ese susto le impidió guardarse 50 euros para continuar. Después de media hora lo volvió a perder todo en la ruleta. Fue el valor de una trabajadora que arriesgando su puesto le dijo que no le daba ni un euro más. Mientras ella estuviese ahí no iba a contribuir a que alguien que podría ser su hijo se jodiese la vida de esa forma.
Antonio no volvió a jugar, pero cuántos continúan en su lugar. Cuando crees que no tienes nada que perder te arrojas a los brazos de lo que sea. Sobre todo cuando aquel reposo te promete más de lo que un Estado te puede garantizar.
https://www.elsaltodiario.com/casas-de-apuestas/cronica-domingo-mierda-trabajo-mierda
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