Es de todos conocido que la intimidad ha pasado a ser un derecho de papel, y a veces ni eso, ya que se protege por un lado y la quitan por otro. Este es el caso de lo que afecta a la gobernabilidad. Además, ha resultado ser un negocio para algunos a cuenta de sacar a la luz la intimidad de otros. Este negocio se manifiesta en una triple dimensión: particular, empresarial y política.
Los poderes públicos, para guardar las formas y darse lustre ante la opinión ciudadana, insisten en proteger la intimidad de las personas. Sobre todo, para conformar a ese auditorio de progreso que mueve el espectáculo social a conveniencia. Los que se inscriben en este grupo juegan con la ambigüedad calculada, es decir, cuando interesa, dejan en el aire sus propias intimidades para obtener remuneración de cualquier naturaleza; mientras que, cuando no son remunerados, patalean y se indignan públicamente. En este aspecto, que se ventila en el terreno publicitario, la intimidad pretende dejar de ser derecho de papel para enfilar la senda de la intimidad como negocio personal. A poco más que esto último ha quedado reducida la protección de la intimidad para algunos aventajados, mientras la generalidad simplemente calla.

No hay que alarmarse en exceso, porque todo parece tener cierto sentido como negocio a dos bandas —empresarial y particular—, sin dejar a un lado la parte que se refiere al interés general, reservada a las administraciones públicas. A la vista del acoso de los más avispados en el panorama de internet, la tecnología parecería orientada por este camino. Desde una visión individualista, aunque se hable de progreso, de hecho sirve para recortar derechos y libertades, mientras que, por otra parte, se utiliza para alejar a las personas de la realidad para entregarlas a lo virtual. Pero he aquí que si es posible arrollar la intimidad gracias a las tecnologías, también lo es condicionar voluntades llevándolas al terreno donde resulta más fácil hacer negocio. Si asaltando la intimidad se obtienen datos y con ellos se pueden llevar las ovejas al redil, también es un buen negocio para el que ejerce de pastor. Con lo que resulta que la explotación comercial de la intimidad, como negocio de algunos personajes expertos en publicidad, y negocio empresarial, ahora tiene su interés en el terreno de la política. Parece ser que es posible inclinar voluntades, traducido en votos, haciendo uso científico de esos datos procurados por el asalto tecnológico a la intimidad de los potenciales votantes que se venden y compran.
Para terminar, si la intimidad resulta ser útil a estas minorías privilegiadas, tiene que seguir siendo lo que es —un derecho de papel—, al menos, en tanto las masas permanezcan indiferentes ante el negocio que se hace a su costa e incautamente sientan protegido su derecho a la intimidad.
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