A causa de una serie televisiva de moda, el desastre nuclear de Chernóbil ha vuelto a tomar alguna relevancia pública en nuestra sociedad. Décadas después, sabemos que la gestión de aquella tragedia que produjo gravísimos perjuicios humanos, sociales y medioambientales estuvo atravesada por la negación, la ocultación y las mentiras. Pues bien, todo apunta a que es idéntica la manera en la que nos están gestionando la actual crisis climática, si bien sus consecuencias pueden ser mucho mayores, de magnitudes superlativas.
Se podría decir que es la deriva del capitalismo la que nos ha traído hasta este punto de difícil retorno y en gran medida es así, pero no se puede obviar la manera en la que hemos participado y participamos de este voraz y destructor modelo. Hemos confundido progreso social con opulencia, bienestar con consumo. Hemos aceptado como si de necesidades se tratara todo lo que nos han ofrecido: coches, viajes, tecnología, grandes infraestructuras... Por ello, para que la búsqueda de un nuevo modelo económico y social tenga un mínimo de credibilidad, se hace necesaria una previa transformación personal y colectiva que sea nuestro mejor argumento a la hora de extender su defensa y de exigir las necesarias medidas a quienes más responsabilidad tienen. Y no nos estamos refiriendo, únicamente, a que debamos tomar mayor conciencia con el reciclaje o con la eficiencia energética de nuestros electrodomésticos, estamos hablando de poner en cuestión la piedra angular de nuestro tiempo, la idea de crecimiento económico constante.
Lo cierto es que nos encontramos en un momento clave, en el que todavía es posible ejercer algún tipo de presión sobre la senda a tomar respecto al afrontamiento del cambio climático, la escasez de recursos y el deterioro del medio. Una vez superada la fase de negación del problema, ya se nos están presentando falsas soluciones de la mano del llamado capitalismo verde que con toda su geoingeniería e introducción de tecnologías energéticamente más eficientes sólo pretende que la máquina no se detenga, que aumente el consumo, que crezca la economía en un mundo que no es capaz de soportar el actual ritmo de explotación del medio. Que la orquesta siga tocando mientras el barco se hunde y sigamos bailando al compás del réquiem más animado y colorido que en toda la historia se ha conocido. Por ello, el ecocapitalismo, cualquier forma de capitalismo, únicamente nos puede llevar al incremento de la catástrofe y no es sino la mera antesala del ecofascismo que ya podemos entrever a través de algunas de sus ya graves manifestaciones tempranas, tales como un criminal control de fronteras o el auge de partidos de extrema derecha.
El rechazo a sus malas soluciones tiene que venir acompañado de nuestras propuestas y de nuestra voluntad transformadora. Debemos mostrar un nivel de convicción en relación a nuestras exigencias y decir no al crecimiento y al desarrollismo asumiendo el decrecimiento y el antidesarrollismo. Vivir mejor con menos. Garantizar la cobertura de las necesidades de cuidados, salud o educación. Poner la vida en el centro como promulga el ecofeminismo. Para ello, necesitamos cambiar modos de vida, recuperar espacios colectivos, reavivar la participación social y generar solidaridad así como relaciones justas y respetuosas entre personas y comunidades a través del tiempo (quienes vendrán) y del espacio (quienes están en otras latitudes y/o en otras circunstancias). Esto supone un reto increíble pero sólo podemos abordarlo empezando a andar y algunos pasos ya se están dando. Por ello, tratando de impulsar el avance en esta senda, este artículo termina reproduciendo el último párrafo del manifiesto que se está difundiendo en torno a la Huelga mundial por el clima del próximo 27 de septiembre:
“En defensa del futuro, de un planeta vivo y de un mundo justo, las personas y colectivos firmantes nos sumamos a la convocatoria internacional de Huelga mundial por el clima, una movilización que será, huelga estudiantil, huelga de consumo, movilizaciones en los centros de trabajo y en las calles, cierres en apoyo de la lucha climática,... e invitamos a la ciudadanía y al resto de actores sociales, ambientales y sindicales a secundar esta convocatoria y a sumarse a las distintas movilizaciones que sucederán el 27 de septiembre.”
Se podría decir que es la deriva del capitalismo la que nos ha traído hasta este punto de difícil retorno y en gran medida es así, pero no se puede obviar la manera en la que hemos participado y participamos de este voraz y destructor modelo. Hemos confundido progreso social con opulencia, bienestar con consumo. Hemos aceptado como si de necesidades se tratara todo lo que nos han ofrecido: coches, viajes, tecnología, grandes infraestructuras... Por ello, para que la búsqueda de un nuevo modelo económico y social tenga un mínimo de credibilidad, se hace necesaria una previa transformación personal y colectiva que sea nuestro mejor argumento a la hora de extender su defensa y de exigir las necesarias medidas a quienes más responsabilidad tienen. Y no nos estamos refiriendo, únicamente, a que debamos tomar mayor conciencia con el reciclaje o con la eficiencia energética de nuestros electrodomésticos, estamos hablando de poner en cuestión la piedra angular de nuestro tiempo, la idea de crecimiento económico constante.
Lo cierto es que nos encontramos en un momento clave, en el que todavía es posible ejercer algún tipo de presión sobre la senda a tomar respecto al afrontamiento del cambio climático, la escasez de recursos y el deterioro del medio. Una vez superada la fase de negación del problema, ya se nos están presentando falsas soluciones de la mano del llamado capitalismo verde que con toda su geoingeniería e introducción de tecnologías energéticamente más eficientes sólo pretende que la máquina no se detenga, que aumente el consumo, que crezca la economía en un mundo que no es capaz de soportar el actual ritmo de explotación del medio. Que la orquesta siga tocando mientras el barco se hunde y sigamos bailando al compás del réquiem más animado y colorido que en toda la historia se ha conocido. Por ello, el ecocapitalismo, cualquier forma de capitalismo, únicamente nos puede llevar al incremento de la catástrofe y no es sino la mera antesala del ecofascismo que ya podemos entrever a través de algunas de sus ya graves manifestaciones tempranas, tales como un criminal control de fronteras o el auge de partidos de extrema derecha.
El rechazo a sus malas soluciones tiene que venir acompañado de nuestras propuestas y de nuestra voluntad transformadora. Debemos mostrar un nivel de convicción en relación a nuestras exigencias y decir no al crecimiento y al desarrollismo asumiendo el decrecimiento y el antidesarrollismo. Vivir mejor con menos. Garantizar la cobertura de las necesidades de cuidados, salud o educación. Poner la vida en el centro como promulga el ecofeminismo. Para ello, necesitamos cambiar modos de vida, recuperar espacios colectivos, reavivar la participación social y generar solidaridad así como relaciones justas y respetuosas entre personas y comunidades a través del tiempo (quienes vendrán) y del espacio (quienes están en otras latitudes y/o en otras circunstancias). Esto supone un reto increíble pero sólo podemos abordarlo empezando a andar y algunos pasos ya se están dando. Por ello, tratando de impulsar el avance en esta senda, este artículo termina reproduciendo el último párrafo del manifiesto que se está difundiendo en torno a la Huelga mundial por el clima del próximo 27 de septiembre:
“En defensa del futuro, de un planeta vivo y de un mundo justo, las personas y colectivos firmantes nos sumamos a la convocatoria internacional de Huelga mundial por el clima, una movilización que será, huelga estudiantil, huelga de consumo, movilizaciones en los centros de trabajo y en las calles, cierres en apoyo de la lucha climática,... e invitamos a la ciudadanía y al resto de actores sociales, ambientales y sindicales a secundar esta convocatoria y a sumarse a las distintas movilizaciones que sucederán el 27 de septiembre.”
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