No hay que ser Díaz Ayuso para considerar que no todo el mundo merece ya no progresar, sino incluso sobrevivir. Cada vez que alguien con voz afectada habla de que hay que poner en valor el talento, importar inmigrantes formados, fomentar que vuelvan nuestros jóvenes más preparados, está tasando el peaje para ganarse un lugar fuera de la intemperie.
Cuando empiezan a hablar de empleo basura me parece que es ofensivo para el que está deseando tener ese empleo basura”, dijo la aspirante a presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Díaz Ayuso. Y fue criticada y vilipendiada. ¿Por qué? Parcialmente, dijo la verdad. Hay gente que desea trabajos basura: la vemos en las colas del paro, surfeando desesperadamente el Infojobs, dejando sus datos en las ETT, haciendo curso tras curso para ver si la próxima vez suena la flauta.
Quizás le erró al verbo. Desear es un predicado cuyo significado cambia según lo que lleve en la cartera el sujeto. Así, a monedero vacío, eso a lo que Díaz Ayuso llama deseo es una necesidad. Hay gente que necesita esos trabajos basura, podría haber dicho. Hubiese sido igualmente insultante, pero nos hubiese ahorrado el bochorno de llamar al espacio entre la espada y la pared, deseo. Con una visa cargada en la cartera, el deseo bien puede travestirse de derecho. Derecho a ser padres en vientre ajeno. Derecho a que me trates como un marqués que para eso te pago. Derecho a que la cena me llegue caliente y rápido a casa con un clic.
Pero el fallo quizás no residía del todo en el verbo. Porque, ¿quién necesita un trabajo basura en su vida? Necesidades tenemos: alimentación, techo, la regularidad de un ingreso, pasta para pagar las facturas, para abonar la ropa que nos ponemos, para garantizar la subsistencia de nuestras hijas. Eso que no se alcanza a pagar con un trabajo basura, eso que a ratos requiere de dos o tres mierdas de empleos. No, los trabajos basura no tienen que ver con la necesidad ni con el deseo. Solo tienen que ver con la rapiña y el saqueo, con ese “equilibrio” sedimentado a golpe de reformas laborales, en el que unos nos repartimos la explotación y los otros sus réditos.
De vez en cuando, en la prensa nos encontramos con la misma alarma: el “ascensor social” estaría averiado. Ay, qué lejos la igualdad de oportunidades. Ay, qué pena que ya no podremos vivir mejor que nuestros padres. Ay, que las escuelas ya no nos sirven para progresar más que los vecinos, destacar, dejar atrás el arrabal. La prosperidad se mercadea en los colegios concertados, se ofrece bajo los carteles de “colegio bilingüe” o, en el peor de los casos, se promete en las casas de apuestas que colonizan los barrios. Salvoconductos a algún piso más arriba del edificio social, ese del que ya no se alcanza a ver el tejado, ese al que le brotan nuevos sótanos que penetran la precariedad y la miseria. No es necesario tanto: un poco de esfuerzo, un poco de talento, y un mucho de patrimonio familiar que te preserve.
Y es que no hay que ser Díaz Ayuso para considerar que no todo el mundo merece ya no progresar, sino incluso sobrevivir. Cada vez que alguien con voz afectada habla de que hay que poner en valor el talento, importar inmigrantes formados, fomentar que vuelvan nuestros jóvenes más preparados, apoyar a las mujeres con talento, está tasando el peaje para ganarse un lugar fuera de la intemperie, el ticket para conseguir un hueco en el ascensor social, mientras en los niveles inferiores se apelotonan los sobrantes. Esos que matarían por un empleo basura.
Y es que no hay que ser Díaz Ayuso para considerar que no todo el mundo merece ya no progresar, sino incluso sobrevivir. Cada vez que alguien con voz afectada habla de que hay que poner en valor el talento, importar inmigrantes formados, fomentar que vuelvan nuestros jóvenes más preparados, apoyar a las mujeres con talento, está tasando el peaje para ganarse un lugar fuera de la intemperie, el ticket para conseguir un hueco en el ascensor social, mientras en los niveles inferiores se apelotonan los sobrantes. Esos que matarían por un empleo basura.
A la igualdad de oportunidades, esa fábula meritocrática por la cual, no importa que haya gente muy rica y gente muy pobre, lo que importa es dar ayuditas a esos pobres a ver si así aprovechan y se salvan, el sociólogo francés François Dubet contrapone la igualdad de posiciones. Algo que significa lo siguiente, más o menos: sustituir el rascacielos social por un edificio de cinco plantas con escaleras. Y que abajito se viva bien, se viva con las necesidades cubiertas y con la posibilidad de tener deseos, seas una empleada del hogar, un repartidor de pizzas o un captador de socios.
La igualdad de posiciones implica lo siguiente: sustituir el rascacielos social por un edificio de cinco plantas con escaleras. Y que abajito se viva bien
Ese modelo de igualdad de posiciones, que el sociólogo francés asimila a la socialdemocracia pre años setenta, tiene claramente límites. Estaba basado en el salario familiar, en manos generalmente de hombres blancos, tendía a cierta reproducción social —limitada movilidad— y, por tanto, dejaba fuera a los sujetos no hegemónicos. En una etapa de empleo menguante, con mujeres e inmigrantes compitiendo en el mercado laboral, ¿cómo podríamos imaginar una igualdad de posiciones, un piso básico de seguridad, un territorio seguro y seco donde no acabemos ahogándonos entre la lógica del merecer y la retórica de la escasez? ¿Habrá inventado alguien una herramienta que nos ayude a lograr tal fin?
Venga Díaz Ayuso, adelante compañeros preocupados por el ascensor social, animaos apologetas del talento, ¡responded! Os doy una pista, se trata de un ingreso individual garantizado, y no pasa solo por cubrir las necesidades de todas, pasa — y esto es también muy interesante— por sacar de las rentas más nutridas muchos más impuestos, recuperar de sus gordas cuentas corrientes mucho más dinero, pasa por demoler las plantas de arriba del rascacielos para que ninguna mindundi confunda más necesidades con deseos, ni deseos con derechos. Sí, una renta básica universal. Esa cosa de la que, entre campaña y campaña electoral, no hemos oído hablar a nadie.
Mientras tanto, reconoced que sometidas al chantaje neoliberal que supone tener que trabajar para no morir, es imposible que tengáis la más mínima idea de cuáles son nuestros deseos.
https://www.elsaltodiario.com/renta-basica/diaz-ayuso-empleo-basura-renta-basica-universal
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