No se trata sólo de una imagen (esto sería “postureo”), se trata de un arma. Y la palabra arma tiene que ver con algo ofensivo, que busca hacer daño. En nuestro caso, el mal que buscamos es el de los intereses del empresario y que sea de la intensidad suficiente para que, en un determinado contexto, tenga que acabar haciendo lo que nosotros le imponemos.
Esta lucha, es por “postureo” o es para ganar?
Esta pregunta debería estar fuera de lugar cuando iniciamos un conflicto sindical. Sobre el papel, toda lucha sindical, que es en sí misma una expresión del conflicto social, la hacemos porque la entendemos como herramienta para conseguir una serie de objetivos. En los tiempos que corren, muy a menudo se trata de detener agresiones que la patronal hace directamente contra nuestras condiciones de trabajo que son, también, nuestras condiciones de vida. Es decir, contra nosotros mismos. Subcontratan parte de nuestros/ nuestras compañeras, despiden, nos cambian la jornada laboral, nos hacen hacer horas extras, nos bajan el salario y un largo etcétera. Pero a veces también buscamos avanzar, mejorar, conquistar parte del pastel que actualmente se quedan los capitalistas. En definitiva, luchamos para ganar, para nosotros mismos/as, para la inmensa mayoría de la humanidad. Una lucha que se lleva adelante incluso en la situación más concreta y particular, como puede ser en un piquete en el frío de una mañana de invierno en un polígono o pegando un adhesivo sobre una mercancía en un estante de un supermercado .
Esta pregunta debería estar fuera de lugar cuando iniciamos un conflicto sindical. Sobre el papel, toda lucha sindical, que es en sí misma una expresión del conflicto social, la hacemos porque la entendemos como herramienta para conseguir una serie de objetivos. En los tiempos que corren, muy a menudo se trata de detener agresiones que la patronal hace directamente contra nuestras condiciones de trabajo que son, también, nuestras condiciones de vida. Es decir, contra nosotros mismos. Subcontratan parte de nuestros/ nuestras compañeras, despiden, nos cambian la jornada laboral, nos hacen hacer horas extras, nos bajan el salario y un largo etcétera. Pero a veces también buscamos avanzar, mejorar, conquistar parte del pastel que actualmente se quedan los capitalistas. En definitiva, luchamos para ganar, para nosotros mismos/as, para la inmensa mayoría de la humanidad. Una lucha que se lleva adelante incluso en la situación más concreta y particular, como puede ser en un piquete en el frío de una mañana de invierno en un polígono o pegando un adhesivo sobre una mercancía en un estante de un supermercado .
Como decía, el sólo hecho de plantear la pregunta que inicia este texto debería ser una aberración. Por desgracia, no lo es. De hecho, demasiado a menudo la respuesta es la primera de las opciones, la del “postureo”. Ejemplos tenemos muchos, muchos. En la lucha sindical con demasiada frecuencia hemos visto como el sindicalismo oficial utiliza jornadas de movilizaciones y de huelgas para pasear banderas y delegados mientras entre bastidores están precocinando con la empresa como se aplicarán aquellas medidas que dicen combatir. Este “postureo” cómplice busca desactivar cualquier resistencia y despojar a los trabajadores de su capacidad de lucha. Es decir, todo lo contrario de lo que sobre el papel dice que quiere hacer.
Estas actitudes las hemos denunciado una y otra vez. Las conocemos y las hemos sufrido y, precisamente, intentamos que nuestro sindicalismo sea todo lo contrario. Pero no podemos caer en la autocomplacencia fácil. Si las luchas las hacemos para ganar, tenemos que pensar fríamente cómo queremos hacerlas. Y pensarlas de la manera más colectivamente posible. Esto implica, necesariamente, en nuestra sección sindical, allí donde está el conflicto y la capacidad de activar el conjunto de la plantilla por medio de la asamblea, nuestra manera de entender la democracia. Pero también conlleva la implicación del conjunto del sindicato en sus diferentes niveles. Se trata de ganar. De doblegar la voluntad de quien tiene el poder, que controla los medios de producción y le amparan las leyes y los mecanismos coercitivos del estado. Ante esto, sólo nos tenemos a nosotros: nuestra inteligencia, nuestras manos y nuestra capacidad de ser multitud.
Si la lucha la hacemos para ganar, esto nos lleva a viejos debates que ya se planteaba el sindicalismo a inicios del s. XX en Cataluña y que marcaron la diferencia entre dos tradiciones, la de carácter más socialista y la anarcosindicalista. Cómo debe ser una huelga? Debe implicar sólo una parada de un centro de trabajo? Buscamos una imagen de los trabajadores parados, un día tras otro con nuestras banderas ondeando al viento? Sólo con ello un centro de trabajo con unas cuantas decenas o cientos de trabajadores/as conseguirá vencer a una gran multinacional que tiene la propiedad? La experiencia nos muestra que este tipo de huelgas “pasivas” y circunscritas sólo en el centro de trabajo tienden a terminar mal para nuestros intereses. Y el estado y el capital también lo saben cuando, precisamente, hace años que prohibieron las huelgas por solidaridad. Sus leyes, el sindicalismo oficial y, a veces, algunas prácticas de sindicatos no tan oficiales llevan hacia aquí. Y también muchas veces ya antes de que terminen, y a menudo de que empiecen, ya sabemos el final. Estas dinámicas pueden ser, también, de “postureo”.
Hay otras maneras de plantear los conflictos y las huelgas. De forma mucho más “activa” y pensadas para ganar. Esto significa que deben partir de dos condiciones: la primera que los trabajadores del centro de trabajo se impliquen y la hagan. La segunda, que tengamos la capacidad de ejercer la fuerza suficiente para quebrar la resistencia del empresario. Esto último muchas veces lo podremos conseguir si, aparte de no limitarnos a quedar pasivos y parados en una huelga, somos capaces de sumar a nuestra la fuerza de la solidaridad. A menudo no se trata sólo de detener el funcionamiento de un centro productivo, ya que muchas veces las empresas pueden aguantar mejor un paro largo que quien debe llevar un salario a casa para pagar el día a día. En muchos casos se puede incidir en la distribución o la comercialización del producto de la empresa, en su imagen, en sus clientes, etc. Y para poder hacerlo, muchas veces se necesitan más manos que las de los trabajadores/as en huelga.
La reciente huelga de Cacaolat nos lo ha demostrado. Hace un poco más de tiempo, las huelgas de Movistar, FNAC, buses, etc., también. Son huelgas donde se activó la participación en el conflicto de más personas y más espacios que los de los propios trabajadores / as en huelga. Cuando decimos que la solidaridad es nuestra mejor arma, decimos precisamente eso. No se trata sólo de una imagen (esto sería “postureo”), se trata de un arma. Y la palabra arma tiene que ver con algo ofensivo, que busca hacer daño. En nuestro caso, el mal que buscamos es el de los intereses del empresario y que sea de la intensidad suficiente para que, en un determinado contexto, tenga que acabar haciendo lo que nosotros le imponemos.
Entendida así, la lucha ya no es un simple “postureo” y, sencillamente, pasa a ser una confrontación real. Yendo más allá de las imágenes y los iconos busca las fórmulas oportunas en cada caso para ser efectiva y, como mínimo, aspirar a ganar. Por eso hay imaginación, rehuir esquemas y colectivizar el conflicto en eso que llamamos solidaridad o apoyo mutuo.
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