Podríamos preguntarnos hoy día hasta qué punto la clásica huelga laboral continúa siendo una herramienta de presión para el capital como lo fuera antaño. Tenemos varias reflexiones que hacer en su contra: en primer lugar, la capacidad de presión de los sindicatos ha sido muy reducida, en parte gracias a las pésimas estrategias sindicales llevadas a cabo durante los últimos años, y que han apostado por abandonar paulatinamente el sindicalismo de lucha, para sustituirlo por un sindicalismo de concertación. Y así, el sindicalismo mayoritario de hoy día no resulta ya un poder desafiante para los grandes patronos, y los únicos agentes sindicales que plantan cara son los periféricos (el SAT andaluz, CGT, CNT, ELA y LAB vascos, etc.). De hecho, durante los últimos años, las principales movilizaciones de masas en nuestro país no han sido patrocinadas por los sindicatos mayoritarios, sino por colectivos más o menos organizados, que confluían en determinados intereses (las famosas “Mareas ciudadanas” de diversos colores), o las grandes marchas transversales, como las Marchas por la Dignidad. Pero en segundo lugar, hay que hacer notar también que la clásica clase obrera de la que hablara Marx está difuminándose últimamente como entidad proletaria propiamente dicha, arrastrada por la progresiva quiebra de determinados sectores productivos, pero también por el surgimiento de nuevas clases populares aún más vulnerables, como el precariado.
En estas condiciones, la clásica Huelga laboral, en cualquiera de sus variantes, se nos ofrece al menos como una herramienta con menor fuerza social de la que tuviera hace varias décadas (recuérdese la famosa huelga del 14-D, de la que recientemente se han celebrado sus 30 años). Pero afortunadamente, esto no quiere decir que las clases populares y trabajadoras no posean mecanismos para ejercer presión ante las injustas decisiones de los gobiernos de turno, lo que hay que hacer es situar el foco de presión en otro punto distinto. El capitalismo extremo y terminal nos ha situado hace mucho tiempo en la sociedad del consumo, en un consumo aberrante y exacerbado, del cual depende el funcionamiento principal del aparato productivo, es decir, el consumo es el auténtico corazón del sistema, el motor que lo hace funcionar, y lo mantiene bien engrasado. Visto lo cual, quizá debiéramos considerar que el terreno de la batalla social se debería desplazar (o completar, si preferimos) desde la fábrica o la oficina, hacia el supermercado o los grandes almacenes. Trasladar el foco de presión desde el ambiente laboral hacia el ambiente del epicentro del consumo, en efecto, puede desarrollar una mayor fuerza de presión hacia la élite social, dadas las condiciones de funcionamiento de la lógica de mercado capitalista.
De hecho, ya en abril de 2015, tras la celebración de las Marchas de la Dignidad, sus dirigentes plantearon (aunque no se llegó a formalizar) llevar a cabo una Huelga Integral por parte del conjunto de la ciudadanía, huelga integral que respondía a las cuatro vertientes que nosotros ya expusimos en este artículo, y que resumimos a continuación: Huelga Laboral (la clásica huelga sindical de los/as trabajadores/as de una empresa, que puede extenderse multisectorialmente), Huelga Social (cancelación de todas las actividades y compromisos sociales que tuviésemos para ese día, incluso las normales y rutinarias actividades diarias), Huelga Ciudadana (renunciar a nuestras obligaciones de participación ciudadana) y Huelga de Consumo (justamente a la que aquí nos referimos…). Esta iniciativa trataba de provocar la radiografía de un país completa y absolutamente paralizado, y hubiera constituido de hecho un hito social indiscutible. Solamente la huelga de consumo implica cancelar toda actividad de consumo comercial en tiendas, centros comerciales, comercios mayoristas y minoristas, exhibiendo una jornada que de verdad suponga pérdidas multimillonarias para el sistema, y por tanto, que pueda dar auténtico miedo a las élites políticas, mediáticas, sociales y económicas que nos gobiernan. De hecho, no adquirir ningún bien o producto, ni contratar ningún servicio, practicado por el conjunto de la población, redundarán en un auténtico caos de comportamiento cívico y social, que es justamente el efecto que perseguimos con la huelga de consumo.
Tengamos en cuenta que no se trata sólo de emprender una lucha contra el capitalismo, sino también contra la civilización industrial, adalid y prototipo de la sociedad de consumo, lo cual nos sitúa en el centro gravitatorio de las propuestas de sabotaje empresarial con mayor poder. Sería un ataque fulminante precisamente a los grandes actores que controlan la política económica, puesto que dejar de comprar a estas grandes empresas podría conseguir un efecto mucho más importante que dejar de trabajar un día en nuestra fábrica o en nuestra oficina o comercio. Incluso podría llegar a tener más fuerza que protestar algún día delante de cualquier dependencia o institución del gobierno de turno, puesto que la amenaza a la dinámica del sistema es mucho mayor. Pensemos en esto: un día sin trabajo en cualquier gran empresa no amenaza al sistema, pero conseguir que los puntos de venta de los mayores agentes económicos dejen de hacer caja, sí lo es. El sistema puede entonces verse afectado en gran medida, resentirse y reaccionar como quizá ante ningún otro ataque ciudadano.
La Huelga de consumo tiene a su favor otro factor importante, y es que es asequible para todo el mundo: personas desempleadas, trabajadoras, contratados y contratadas fijas, precarios y precarias, temporales, fijos/as discontinuos, trabajadores/as a tiempo parcial, personas en excedencia, personas de baja temporal, perceptores/as de alguna prestación o no, etc. Pero en realidad, la huelga de consumo podría ser entendida como una fantástica oportunidad para acostumbrarnos a un futuro modelo de sociedad menos consumista, es decir, que rompa con la perversa lógica de mercado, y tienda hacia un abandono masivo de la mecánica capitalista, lo cual nos conduce también al debate de la autogestión en todos los niveles de nuestra vida social. Sería interesante que no se viera por tanto como un episodio aislado, sino formando parte de una secuencia progresiva que nos condujera hacia modelos de autoabastecimiento y autogestión locales, comunitarios, tendentes a su vez hacia modelos de vida más frugales y más simples, es decir, sin depender tanto de las grandes cadenas, franquicias y departamentos comerciales de las grandes cadenas de suministro.
La secuencia podría continuar con los subsiguientes sabotajes al sistema financiero, para seguir participando de los modelos de economía colaborativa, hasta llegar a proveernos de otros bienes básicos mediante trueque, bancos de tiempo, monedas sociales complementarias o alternativas, etc. Porque la verdadera huelga revolucionaria, que es lo que en realidad nos interesa, es aprender a vivir sin capitalismo. El capitalismo no nos abandonará por decisión propia, tendremos que abandonarlo nosotros. Precisamente, el objetivo es que caiga por abandono masivo. Ya sabemos que es algo tan difícil como conseguir cambios en la industria alimentaria procedente de los animales mediante el veganismo, pero retomemos el viejo eslógan obrero revolucionario, que dice que “La unión hace la fuerza”. Cuantas más personas estén convencidas del mensaje, más fuerza tendrá nuestra acción, y mayor amenaza supondrá para el sistema. Así que transformemos la clásica llamada revolucionaria a la siguiente: “Consumistas del mundo…¡uníos!”
https://contrainformacion.es/huelga-laboral-o-huelga-de-consumo/
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