
A finales de septiembre, el BBVA oficializó la retirada del que había sido presidente del banco en las últimas dos décadas. Con la jubilación a los 75 años de Francisco González se va el último de los ejecutivos que llegaron a la cúspide de la economía española durante el gobierno de José María Aznar. González era un broker financiero cuando su amigo le puso al frente de Argentaria antes de privatizar el banco y su posterior fusión con el BBV en 1999. A pesar de predicar un liberalismo ultra, con la mínima intervención del Estado, el expresidente del gobierno no dudó en colocar en la cúpula de las empresas antaño de ámbito público a personas cercanas, incluso amigos personales. Y en algunos casos la cosa acabó muy mal.
Manuel Pizarro presidía Ibercaja cuando su amigo Aznar llegó a la Moncloa. Fue quien le apodó cariñosamente como Franquito, mote con el que varios amigos se referían al expresidente debido a su costumbre de sumirse en profundos silencios y callar lo que realmente piensa, igual que el dictador Francisco Franco. Pizarro pasó de ser un agente de bolsa a convertirse en consejero de Endesa, El Corte Inglés, Telefónica y otras grandes empresas. En poco tiempo, este aragonés de familia franquista fue ascendido a la presidencia de la Confederación Española de Cajas de Ahorro (CECA) y poco después, en 2002, Aznar lo nombró presidente de Endesa, en sustitución de Rodolfo Martín Villa, también amigo del expresidente. Pizarro dejó la eléctrica en 2007 (14 millones de euros de indemnización mediante) y un año después se afilió al PP y fue número dos del partido en Madrid. La amistad de Pizarro y Aznar es tal que él mismo y su hija Blanca fueron testigos de la boda de Ana Aznar y Alejandro Agag. En 2016, al mismo tiempo que marcaba distancias frente a Mariano Rajoy, Aznar nombró a Pizarro vicepresidente de su think tank neoconservador, la Fundación FAES, donde coincidió con Blesa, Villalonga y otros amigos del exmandatario.
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