Ahora que avanza la micropolítica, a trompicones pero también sin pausa, hablar de bases militares suena extraño. Y sin embargo, se mueven. Un acuerdo firmado en junio entre el Gobierno español y el de EE UU autoriza a EE UU a instalar en la base militar de Morón de la Frontera de forma permanente hasta 2.200 militares –3.500 en caso de crisis– y 500 civiles. Y permite aumentar las aeronaves de 14 a 40. La Fuerza Especial de Respuesta de Crisis del Cuerpo de Marines, a las órdenes del USAFRICOM, podrá desplegarse en África como cabeza de puente para una intervención a mayor escala; según se indica en el comunicado de la Plataforma Global contra las Guerras, podría también ser puesta a disposición del USCENTCOM (Mando Central de los Estados Unidos) para un despliegue semejante en cualquier punto de Oriente Medio o del Mediterráneo oriental.
En 2011 el Gobierno de Zapatero permitió a la OTAN utilizar Rota como base principal de su escudo antimisiles, con un despliegue de cuatro destructores y hasta 1.100 militares. Cada nuevo gobierno del bipartidisimo ha permitido, y alentado, que se acreciente la presencia militar de EE UU. “Occidente”, decía el ínclito Samuel Huntington, “conquistó el mundo, no por la superioridad de sus ideas, valores o religión (a los que se convirtieron pocos miembros de las otras civilizaciones), sino más bien por su superioridad en la aplicación de la violencia organizada”. Mucho antes, en 1810, Dionisio Yupanqui, portavoz de los pueblos coloniales del sur de América, afirmaba en las históricas Cortes de Cádiz: “Un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre”.
Algunas cosas buenas se van olvidando y, sin embargo, más que nunca nos hacen falta. Aquel Movimiento de Países no Alineados aún continúa vigente; y aquel “nos quieren en soledad nos tendrán en común”, pues si bien hace unos días fueron quienes nos cesaban quienes, en apariencia, actuaban en común, ese común no era tal, no era más que la coordinación del mismo interés privado aún por combatir. Por eso el tenerse en común más que nunca ha de seguir vigente. Tanto como la necesidad de saber que en las decisiones se unen lo cercano y lo lejano, de tal manera que, en cualquier ocasión, nos sea imprescindible impedir al avión que bombardea lo que está lejos, despegar en nuestra casa.
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