Estos días hacer comparaciones entre aquel PSOE de la pana y los descamisados de Felipe González y Alfonso Guerra y este Podemos de Pablo Iglesias e Íñigo Torrejón supone casi un ejercicio de prácticas de tiro. Personalmente, después de haber apostado por semejante simbiosis (ver el capítulo “Podemos # trending topic” en el reciente libro colectivo “Hasta luego, Pablo”), tengo que dar un paso atrás. Nunca tan pronto González tiro por la borda sus promesas programáticas (derecho de autodeterminación, laicismo, republicanismo, salida de la OTAN, apoyo al pueblo saharaui; etc.) como lo está haciendo Podemos con las suyas. Apenas es nasciturus el nuevo partido de Iglesias (como la copla, su carisma tiene un color especial) y ya está hecho unos zorros (de la quita de la deuda a su reestructuración somera; la república no toca ahora; de la renta básica universal a la de inserción; la OTAN puede esperar; toros de entrada sí; frente a nacionalización de sectores estratégicos desprivatización parcial; jubilación a los 65 años y no a los 60; ítem más). Incluso al secretario general del PSOE la doma le costó un berrinche de congreso extraordinario y amagar con dejar huérfanos de liderazgo a sus seguidores.
Pero lo peor son los gestos de purpurina. Esa reluctancia paleta que los recién llegados a los salones demuestran cuando están a sus anchas. Aquel memorable “que pasen y coman”, que dijo la Duquesa de Alba cuando anunciaron la llegada de los periodistas. En esas ocasiones lucen lo mejor de sí mismos. Y eso precisamente es lo que acaba de perpetrar en el parlamento europeo Pablo Iglesias al acudir a saludar al rey Felipe VI con un pack de Juego de Tronos bajo el brazo. Apunta maneras, porque lo ha hecho un día después de 14 de abril, aniversario de la proclamación de la II República. De tamaña manera ha sido contraprogramado el histórico evento por el macho alfa de Podemos. Seguramente porque sabe que semejante osadía, desde la intimidad del sillón del psicoanalista, puede interpretarse como un gesto de maquiavelismo político. Al fin y al cabo, Santiago Carrillo, del que Iglesias se ha declarado profundo admirador, puso el listón muy alto cuando, rodeado de todo el Comité Central del PCE, convocó a la prensa nacional e internacional para declarar su inquebrantable adhesión la Monarquía del 18 de Julio un 14 de abril de 1977.
Pero de corrupción existencial y tipos infames está el ruedo ibérico a rebosar. Magnifico aquelarre el que acaba de arracimarse en torno a Rodrigo Rato, Manuel Chaves y José Antonio Griñán. La imagen de un vicepresidente económico del gobierno, director general del Fondo Monetario Internacional, ex presidente de Bankia y mirlo blanco de las finanzas, metiendo de hoz y coz sus dineros clandestinos en la lavadora de la amnistía fiscal amañada por sus amigos del Partido Popular, es de un surrealismo sublime. Como escuchar al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, amenazar a una mayoría parlamentaria que se ha interesado por la suerte de detenidos políticos en el país que tiene asignado un viceministerio para la Suprema Felicidad Social. ¡Torrente no es un personaje de ficción! El arte imita a la realidad.
Pero lo del tándem Griñán-Chaves, dos expresidente “fontaneros” de la Junta de Andalucía que cualquier persona cabal nunca llamaría para que le arreglaran la cisterna del cuarto baño, es de bochorno ajeno. “Es un atentado contra la democracia”, vocearon en Ferraz cuando a la jueza Mercedes Alaya se le ocurrió la “afrenta” de citarlos como chorizos supremos del tinglado de los ERE, la mayor estafa social de la democracia. Y ahora, como ya hizo en su día Mister X con el asunto GAL, al comparecer ante el Tribunal Supremo (como siempre más por el fuero que por el huevo) se limitan a soltar basura sobre sus subordinados, ¡Angelitos! ¿O zoquetes? Ese impávido José Antonio Griñán, ex ministro de Trabajo y Seguridad Social para más inri, que afirma campanudo que “hubo un gran fraude, pero no un gran plan”, o ese Chaves, también ministro de idéntica cartera, qué coincidencia, sosteniendo estulto que “todo lo que se hizo fue legal”, merecerían ser condecorados como “chistosos del año”. Para chotearnos con la misma carcajada a mandíbula batiente que cuando su Junta andaluza (Dios los cría y ellos se juntan) nombró hija predilecta de Andalucía a la mayor latifundista absentista de Europa, la fallecida duques de Alba.
Afortunadamente aún hay locos en España. Y en este caso el Quijote providencial ha sido el ex Interventor general de la Junta, Manuel Gómez, que ha recordado a los dos aforados que no fueron advertidos de las ilegalidades que se estaban cometiendo una sola vez, ¡sino diecisiete veces!, agregando a continuación que siente tanta vergüenza ajena que si Andalucía fuera un país soberano se exiliaría. Aunque donde ha estado sembrado ha sido al comparar las explicaciones de Griñán y Chaves con las de “un alcalde que decide apagar todos los semáforos de la avenida con el presunto propósito de mejorar la fluidez del tráfico cuando el motivo de la medida estaría en permitir la huida de los ladrones con más facilidad».
¿La zorra en el gallinero? ¿El bombero pirómano? Para nada. Solo la cruda realidad. Roban, luego cabalgamos, que dicen los chicos del coro. Por eso tienen que argumentar sus fechorías con mediáticas “operaciones Pandora y Piñata”. Y como la necesidad de la “ley mordaza” contradice la tozuda realidad de las pacíficas estadísticas oficiales sobre delincuencia, además ensayan nuevos “cuéntame cómo paso” en prime time. La serie de TV más vista de la reciente historia de la pequeña pantalla, “El amor es para siempre” de A3TV, lleva dos meses recreándose con las atentados terroristas de los anarquistas de un imaginario grupo que cacofónicamente recuerda a Defensa Interior (DI), acciones que nunca existieron con semejante magnitud y morbosidad. La teleteatralidad al Poder. En 2014 el promedio de uso en España por habitante y día del electrodoméstico televisivo fue de 240 minutos.
Rafael Cid
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