Jonathan Pérez tiene 26 años, trabaja de barrendero y es, por decirlo de alguna manera, un trabajador pobre. Tras una larga temporada en el paro, Jonathan encontró empleo hace cinco meses en la empresa municipal de limpieza de una localidad alicantina. Trabaja todos los sábados y todos los domingos del año como barrendero. Siete horas al día, catorce horas a la semana y 56 horas al mes. Cobra 630 euros. Veinticuatro euros menos de lo que marca el Salario Mínimo Interprofesional. Su situación laboral, sin embargo, no es particular ni tampoco sorprende. Según la encuesta de costes laborales del Instituto Nacional de Estadística, el número de trabajadores que perciben retribuciones inferiores al salario mínimo se ha duplicado en España en 10 años y alcanza ya la cifra de un millón y medio de trabajadores.
“Cumplo 27 años este mes de septiembre. Claro que me gustaría independizarme de mi familia y comenzar a vivir de alquiler. El cuerpo me pide ya independencia pero el bolsillo me recuerda que sigo siendo dependiente de mis padres”, explica a cuartopoder.es este joven cuyo caso muestra un dato que ya reflejan las encuestas: tener trabajo no implica ganar el suficiente dinero como para poder subsistir. De hecho, según datos de la Unión Europea, el 12% de los españoles que tienen trabajo viven por debajo de los umbrales de pobreza. Sólo dos países superan a España: Rumanía y Grecia.
El caso de Jonathan, por tanto, forma parte de una tendencia reconocida por los expertos. No es un efecto de la crisis, es un cambio estructural en el mercado de trabajo que ha permitido la creación neta de empleo por primera vez desde 2008, cuando comenzó la crisis económica, a costa de empeorar las condiciones laborales de los trabajadores. Sobre todo de los más jóvenes, quienes se tenían que incorporar por primera vez al mercado laboral. Flexibilidad, lo llaman. La propia Encuesta sobre Población Activa publicada recientemente muestra que 1.275.000 personas trabajan nueve horas semanales en España, mientras que 2,8 millones de trabajadores (del total de 17,3 millones de ocupados) desearían trabajar más horas de las que trabajan actualmente.
Este es el deseo también Irene Amoedo, una periodista que ha sabido reconvertirse en profesora de pilates e instructora de gimnasio para encontrar trabajo. Una posibilidad que su carrera le negaba. Esta joven, también de 26 años, trabaja 30 horas a la semana en un gimnasio aunque en su contrato solo figuran once. El resto del sueldo lo percibe en negro.
“Cuando estudiaba periodismo leíamos sobre la pesadilla de ser mileuristas. Ahora mismo esta pesadilla se ha convertido en un objetivo”, relata esta joven, que ilustra la extrema precariedad en la que vive la juventud: una de cada tres personas que trabaja entre los 16 y los 29 años lo hace a tiempo parcial frente al 17% de hace seis años, según datos proporcionados por Comisiones Obreras, que también señala que existen 459.000 jóvenes con una jornada parcial no deseada pero aceptada ante la imposibilidad de conseguir una completa.
La temporalidad como norma
Porque la temporalidad en los contratos ha pasado a ser la norma. Sobre todo, si eres joven. El 51% de los menores de 30 años que trabajan tienen un contrato temporal y su salario medio no supera los 11.860 euros. Son jóvenes que entran y salen del mercado de trabajo, pero que, muchos de ellos, ya no pasan a engrosar las listas del paro cuando cesan en su actividad. Por pereza, porque no sirve de nada o porque les han dicho que volverán a llamarlos dentro de poco.
Sirve de ejemplo el caso de Manuel Vega, ingeniero industrial de 27 años. Este joven, como tantos otros desempleados, ya no acude a la Oficina de Empleo a notificar que está sin empleo. “¿Para qué?” Se pregunta el joven que señala que desde hace cinco meses ya no acude a inscribirse de nuevo en el INEM cuando finaliza uno de sus contratos de una semana. “Desde hace cinco meses ya no estoy registrado como parado, pero en este tiempo sólo he trabajo dos semanas con dos contratos diferentes de una semana de duración”, asegura Manuel, que asegura tener una jornada laboral bien definida: “Trabajo cuando me llaman. Para lo que sea”, explica.
Ahora Manuel está esperando a que se produzca esa llamada de teléfono. Bien de la empresa de mantenimiento de agua donde ha tenido la oportunidad de firmar los tres últimos contratos temporales de una semana de duración o bien de la empresa de montaje de escenarios que en el pasado lo había estado empleando ocasionalmente a 6,50 euros la hora. “La última vez que trabajé fue hace un mes y fue un contrato de una semana”, explica este joven ingeniero, que cuando le van bien las cosas lo máximo que consigue ingresar son alrededor de 250 euros en una semana y, después, a volver a esperar una llamada y ver cómo los escasos ingresos se diluyen.
Los contratos de una semana de duración son otro rasgo característico del nuevo mercado de trabajo. Según datos publicados por Infolibre, el 25% de los contratos temporales firmados en julio duró una semana o menos (374.467de un total de 1,53 millones de contratos), mientras que el 50% de los mismos no llegaba al mes y la duración media del contrato se ha reducido a 49,9 días cuando en julio de 2007 ascendía a 73 días.
En esta serie estadística entran los casos de Adela Rodríguez y Rafael Fenollosa. Ambos han encontrado trabajo este verano y ambos han firmado por un mes o menos. En el caso de Fenollosa se trata de un nuevo contrato temporal con la empresa de electricidad con la que trabaja desde hace cinco años. Este joven atiende a cuartopoder.es desde Valencia, donde trabaja en estos momentos. Antes, y a través de estos contratos temporales, ha trabajado en Vitoria, Marbella, Barcelona y Madrid instalando el sistema de electricidad de una conocida marca de supermercados.
“Cuando hay trabajo la empresa me llama y acudo a la ciudad donde me mandan. Claro que me gustaría poder tener un trabajo estable, pero esto es lo que hay de momento”, afirma Fenollosa con resignación, que señala que en los períodos en los que no hay trabajo tiene que tirar de la ayuda de 400 euros para poder ingresar algo porque los contratos temporales tampoco llegan para poder pedir la prestación por desempleo.
Una vida precaria
Son ejemplos de una vida precaria. Ejemplos de ofertas de un mercado laboral que ha hecho trizas esperanzas, ambiciones y deseos de una generación a la que le prometieron todo y se han encontrado con ruinas. “Cuando comencé la carrera de Ciencias Geológicas había mucho trabajo. Para cualquier nueva construcción necesitaban un geólogo para que analizara el terreno. Luego explotó la burbuja y se fue todo a la mierda”, señala este joven, que desde noviembre de 2013 hasta hoy ha pasado hasta por cuatro trabajos temporales.
Ha trabajado como dependienta en una multinacional española de ropa, en la campaña de Navidad de una conocida tienda de libros de Madrid, en otra multinacional especializada en música y libros y, recientemente, ha sido contratada por seis meses como administrativa en una empresa. “Todos los trabajos estaban mal pagados”, afirma esta chica de 28 años, aunque la noticia sería lo opuesto.. Antes, Adela había realizado hasta tres prácticas relacionadas con su carrera y su máster en Recursos Geológicos. “Pensaba que si lo hacía bien tenía posibilidad de quedarme. Luego me di cuenta que no. Que probablemente no iba a tener un trabajo estable en la vida”, sentencia.
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