Si valoramos como se merece la lucha contra los desahucios, y tenemos en cuenta que el gobierno muestra la misma sensibilidad con los parados que con los desahuciados, parece claro cuál debería ser la estrategia ciudadana contra el paro: seguir el ejemplo de la PAH. Gritar “Sí se puede, pero no quieren… Acabar con el paro”
Lo primero, movilización, que hasta ahora ha habido poca contra el paro. Los desahuciados y los desahuciables no se quedaron esperando a que gobierno, parlamento, jueces, banca o Europa hicieran algo por ellos. Con el paro, lo mismo: los parados pueden esperar sentados a que todos los mencionados hagan algo más que lamentar el “drama”. Sus propias previsiones hablan de varios años por encima del 25%, y los siete millones ya están al alcance.
Es verdad que el colectivo parado es muy heterogéneo, y no todo el mundo está igual de mal. Pero con que una décima parte de los más de seis millones, o incluso menos, se organizase y movilizase con la tenacidad de los colectivos antidesahucios, ya se convertirían en más que un dolor de cabeza para los gobernantes.
Podían empezar por frenar despidos, igual que antes paralizaron desahucios. Hay empresas que despiden con beneficios, o después de una gestión nefasta, o teniendo pérdidas que son perfectamente asumibles tras tantos años de acumulación, o simplemente porque quieren externalizar o contratar en peores condiciones. Por no hablar de las administraciones y empresas públicas, responsables de buena parte del paro reciente. Algunos tal vez se lo pensarían dos veces antes de despedir tan alegremente si no solo protestaran los trabajadores afectados. También los jueces serían más estrictos con los despidos si hubiese presión social suficiente, y los gobernantes se verían obligados a hacer algo más que lamentarse.
Lo siguiente sería denunciar la existencia de puestos de trabajo vacíos. Igual que es inaceptable que haya millones de pisos cerrados habiendo gente en la calle, tenemos un 27% de paro mientras hacen falta miles de trabajadores para tareas que nadie hace. En vez de buscar un “nuevo modelo productivo” fantasmagórico, o apostar por el de toda la vida, habría que repensar las prioridades sociales, atendiendo necesidades hoy desatendidas, y apostando por sectores que tienen más que ver con la calidad de vida que el ladrillo o la banca. Además, repartir mejor el trabajo remunerado que todavía queda, reduciendo la jornada, invirtiendo la actual tendencia a la intensificación brutal. Por supuesto, recuperar la iniciativa pública, una verdadera política pública de empleo, no esperar a que la “mano invisible” del mercado nos dé trabajo. Y si hace falta, se expropian empresas igual que se pueden expropiar pisos vacíos. Todo eso es política, sólo hace falta voluntad para intentarlo.
El equivalente a ocupar edificios vacíos para dar vivienda a quien la necesita, sería la ocupación del mercado laboral mediante la organización autónoma. Estar en paro es un problema, pero trabajar también es un problema en las actuales condiciones, y cada vez será peor. El futuro no está en los “emprendedores”, sino en la construcción de espacios económicos alternativos y autogestionados: cooperativas, mercado social, intercambio, comunidad.
El último paso, si la movilización ciudadana tampoco hace reaccionar al gobierno: nuevas formas de protesta y de desobediencia, que visualicen e incomoden a los responsables, a los que “no quieren”, como ha sucedido con los escraches. Igual que los desahucios no son un fenómeno natural, tampoco el paro es un virus ni un terremoto: tiene culpables políticos y económicos, que con su acción o inacción han destruido o precarizado el empleo, y que bloquean otras políticas posibles. Imaginemos que los mismos parados que hoy hacen cola en la puerta de la oficina del Inem, se pusieran a hacer cola cada mañana frente a sedes de grandes empresas y bancos, frente a la Moncloa, el Congreso y los gobiernos y parlamentos autonómicos, incluso a la puerta de algún domicilio.
Sí, todo suena muy ingenuo, ríanse de mí: ¿paralizar despidos colectivos? ¿Obligar al gobierno a considerar otras políticas? ¿Economía social? ¿Colas de parados por todas partes? Qué ingenuo todo, sí. Lo mismo habríamos pensado de la PAH si hace cuatro años nos hubiesen dicho que era posible paralizar cientos de desahucios, poner nerviosos a los gobernantes, forzar a la banca a negociar más daciones y alquileres, situar el problema en el centro de la agenda, sensibilizar a los jueces, lograr más apoyo social que ninguna lucha reciente y crear redes de apoyo. Todo eso, si nos lo cuentan hace unos años, nos habría parecido imposible. Y al final, resulta que sí se puede.
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