Escuché hace unos días las palabras del presidente de la patronal, CEOE, Joan Rosell, que afirmaba que era imposible llegar a fin de mes con 800 euros de sueldo. Y me quedé sorprendido. No porque sea imposible llegar con ese dinero a fin de mes, sino porque lo diga el máximo representante de los que pagan los salarios.
En términos económicos, no llegar a fin de mes con lo que se recibe por trabajar significa que no se alcanza siquiera el llamado salario de subsistencia. Es una expresión que se acuñó en los comienzos del capitalismo. En los tiempos más duros para todo aquel que sólo podía vender su fuerza de trabajo. La miseria se extendía entre trabajadores de la floreciente e industrial Inglaterra, mientras se acumulaba capital como hasta entonces no se había conocido. Los asalariados carecían de derechos, la organización sindical era raquítica, cuando no estaba prohibida, y era únicamente el empleador el que determinaba lo que debía pagar a sus empleados. ¿Cuál era la base para decidir lo que debía cobrar el trabajador? Los economistas más insignes de la época, los padres del pensamiento económico actual, lo habían detectado claramente y hasta ahora nadie les ha quitado la razón. El trabajador debía cobrar al menos el salario que le permitiera vivir y reproducirse, esto es, el salario de subsistencia. Era un reparto totalmente injusto de la riqueza, pero al empresario le bastaba para que el sistema funcionase. En expresión actual, el salario con el que exclusivamente se puede llegar a fin de mes.
Si doy por ciertas las palabras de Rosell y las contrasto con los datos, no me queda otra que concluir que casi tres millones de asalariados en España no cobran siquiera el salario de subsistencia. Representan casi el 20% de los cerca de 15 millones de asalariados en nuestro país. Los datos están extraídos de la Encuesta de Población Activa y corresponden a 2015, el último año del que se ofrecen cifras segmentadas por el nivel de salario mensual.
Más en detalle, el 10% de los asalariados, un millón y medio de personas, gana por término medio tan sólo 420 euros y otro número semejante tiene un sueldo mensual de 820 euros. Se puede aducir que muchos de ellos ganan tan poco porque trabajan a tiempo parcial, no las ocho horas del tiempo completo. Pero también la Encuesta de Población Activa dice que el 70% de los que trabajan a tiempo parcial lo hacen porque no les han contratado por más. Lo que cobran es, por tanto, lo máximo que la empresa les quiere pagar. Eso tienen para vivir. Además, si observamos a los que trabajan a tiempo completo, un millón y medio cobra, por esas ocho horas al día, 615 euros mensuales. Les faltan todavía 185 euros para que “les sea imposible llegar a fin de mes”. Otro millón y medio recibe, por sus ocho horas diarias de trabajo, 850 euros mensuales.
Se comprende así que el bajo salario mínimo establecido por el Gobierno (648 euros mensuales en 2015) se ha convertido en un simple adorno, pese a que este año el PP y el PSOE alcanzaron un pomposo acuerdo para subirlo hasta los 707 euros al mes. No es de extrañar, si se tiene en cuenta que el Banco de España en su Informe Anual en 2013 pidió que se creasen empleos por debajo del salario mínimo. Entre sus funciones figura la de asesorar al Gobierno.
La desvergüenza de pagar por debajo del salario de subsistencia no es de ahora, pero desde la reforma laboral del PP se ha convertido en una estrategia contenida en la misma. ¿De qué manera? Pues de dos formas. La primera, debilitando la negociación colectiva para conseguir congelar salarios e incluso lograr bajarlos en numerosas empresas.
La segunda, y más eficaz si cabe, es facilitando aún más el despido. Esto no tuvo como único objetivo permitir que las empresas pudiesen desprenderse fácilmente de trabajadores que no necesitan. Más que eso, hizo posible a las empresas deshacerse de una parte de las plantillas y sustituirlas, sólo en parte, por nuevos trabajadores con sueldos claramente más bajos.
Lo comprobamos con datos también de la Encuesta de Población Activa. El sueldo de un joven de 24 años que se incorporó a trabajar en 2015 fue un 11% más bajo que el que cobró otro joven en 2008. ¿Bajó así el salario para todos los empleados? No. Los que llevaban tiempo en el puesto de trabajo, por ejemplo, una persona de 45 años, notó cómo su sueldo bajó, pero menos, el 1,5%. Hay que aclarar que estas bajadas salariales fueron mucho mayores si se tiene en cuenta el aumento del coste de la vida. El sueldo real de un joven de 24 años es ahora un 18% menor. Y el de un trabajador de 45, un 9% más bajo. En resumen, no sólo han bajado los sueldos de los que han conseguido mantener el empleo, los despedidos han sido sustituidos por otros que cobran mucho menos. Esa ha sido la acción emprendida por los empresarios a los que representa Rosell.
Rosell, los empresarios a los que representa y el Gobierno lo saben muy bien: cuando han conseguido reducir drásticamente los salarios por la vía de sustituir unos altos por otros bajos, no les importa sentirse generosos y comprensivos y anunciar que deben subirse más. Pueden incluso salir ganando.
Veamos el efecto práctico, tomado de datos reales, también de la Encuesta de Población Activa. Una empresa tenía empleada a una persona a la que pagaba 1.113 euros al mes. Llevaba ocho años en el puesto de trabajo. En 2015 la despide y contrata a otra a la que paga 616 euros. Se ha ahorrado 497 euros mensuales por que le hagan el mismo trabajo. Ahora, alardeando de comprensión social, decide subir a sus empleados el 2,5%. Si no hubiera despedido al asalariado que llevaba ocho años en la empresa tendría que subirle 28 euros cada mes. Pero como lo sustituyó por otro al que le abona un salario más bajo, esa subida se convierte en 15 euros mensuales. Si hacemos números, comprobamos que ahora el ahorro por haber sustituido a ese trabajador no sólo no ha descendido, sino que ¡ha aumentado! con su bondadosa comprensión de las penurias ajenas. La diferencia entre lo que ganaría el asalariado que se quedó en la calle y el nuevo ha pasado a ser de 509 euros al mes. Es lo que se ha ahorrado el empresario con su “sentido particular y farisaico de la justicia distributiva”. Como se ve, el cielo premia siempre a los caritativos.
En conclusión, para ser un buen empresario hay que saber hacer números. Si tiene destreza en ello, podrá engañar a mucha gente.
Emilio de la Peña
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