Ahora que la corrupción -ya sea en forma de comisiones, sobresueldos o robos descarados de los recursos públicos- empieza a ser algo más que una presunción, resulta todavía más insultante que políticos y sindicalistas presuntamente agraciados en este deporte nacional en que se ha convertido el trincar, apelen ante las cámaras a nuestra buena conciencia ciudadana, agradeciéndonos públicamente los sacrificios que casi a diario caen sobre nuestras castigadas espaldas y nuestros esquilmados bolsillos.
Desde el Gobierno no se privan de insistir en su particular percepción del estado de la economía española, asegurando ante quien quiera escucharles que estamos saliendo, a velocidad de crucero, de la crisis y que España crea empleo a un ritmo vertiginoso. No les hace dudar de sus sueños ni siquiera la realidad que vivimos el resto: millones de parados y de trabajadores a los que el mísero salario ya no les da para vivir dignamente (diez millones de españoles están en el paro o cobran menos de 950 €), cientos de miles de jóvenes universitarios que emprenden el viaje de la emigración, mayores a los que les falta lo imprescindible, enfermos de hepatitis C a los que se sigue negando las medicinas, familias a las que los bancos arrebatan la vivienda, pequeños comerciantes y autónomos que tienen que echar la persiana definitivamente…
A renglón seguido, y sin oír el clamor de la calle, proceden a agradecer a la ciudadanía el sacrificio que hemos hecho al aceptar mansamente todos estos recortes que han permitido que los beneficios de Endesa, Repsol, Telefónica, ACS, Iberdrola, Mercadona, Zara, BBVA, Santander, etc. suban entre un 25% y un 70%, mientras sueldos y pensiones se congelan o incluso bajan.
Los casi enmudecidos líderes de los dos sindicatos oficiales (cada vez más cuestionados y menos mayoritarios) también aplican esa práctica de firmar recortes y Expedientes de Regulación de Empleo, mediante los cuales los trabajadores sufren mermas en salarios y derechos, son expulsados de la empresa (para facilitar que entren otros con retribuciones y condiciones muy inferiores) y se ven sometidos a modelos de contratación absolutamente esclavistas. Sin embargo, dichos sindicalistas de despacho procuran asegurarse escandalosos privilegios, fomentar la contratación de sus familiares o pactar mejoras que suelen consistir en sobresueldos, liberaciones de por vida o participación en fondos de pensiones.
Esta bochornosa actitud de antiguos sindicalistas de clase no es nueva, aunque es ahora -gracias a unos cuantos jueces y periodistas- cuando ya no pueden seguir ocultándola. Los casos de los ERE y la formación en Andalucía, las tarjetas opacas de Bankia, el reiterado ejercicio de corrupción del máximo responsable del ugetista sindicato minero de Asturias, etc. dan fe de ello.
Si la doble moral de los grandes partidos es censurable, la de los ya ex grandes sindicatos no tiene nombre. Agradecer a los trabajadores de los bancos y empresas del IBEX 35 el sacrificio que ellos mismos les han infligido al pactar la pérdida de condiciones laborales y económicas y de miles de empleos (recordemos que en compañías con grandes beneficios) además de una amarga ironía, constituye un ejercicio de inmoralidad.
Antonio Pérez Collado
CGT-PV
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