La oligarquía española e internacional está absolutamente convencida de la estupidez de las masas. Llevan tanto tiempo cultivándola que la dan por cierta, es el valor seguro que les permite desplumarnos de continuo y sin consecuencias.
Todos, desde los hipsters a los estudiantes universitarios, desde los albañiles a los jubilados que hacen el crucigrama, somos tontos de hilillo de baba: basta con apelar a los sentimientos fanáticos de un equipo de fútbol o al toro de Osborne que decora nuestras banderas (las de verdad, las que se venden en los chinos) para que se nos humedezcan los ojos y nos demos unos a otros un abrazo navideño, entrañable, contentos de ser españoles.
El último ejemplo de este descarnado cinismo de los que nos gobiernan es el anuncio de Endesa, haciendo la pelota a los españoles en plan we are de champions. Que sí, que lo pasamos mal, pero que somos la monda, da gusto con nosotros, si es que tenemos hasta Camino de Santiago y todo. El anuncio publicitario apela al imaginario común, intenta emocionar, y supongo que en muchos casos lo consigue. Y lo hace la misma, mismísima semana, en la que la italiana Enel, la auténtica propietaria de esa vieja eléctrica que un día fue española, reparte entre sus accionistas 1.600 millones de euros, el mayor dividendo de la historia de los beneficios repartidos en este país.
La historia de la estafa de Enagás, una de tantas que hemos tragado mientras nos hipotecábamos hasta las cejas y soñábamos con una casita en la costa, se remonta a los años 80 y 90. El primer paso lo dio un gobierno socialista, que hizo caja vendiendo el 25 por ciento de la empresa, que estaba en una estupenda forma económica. En 1997, Aznar privatizó otro 35 por ciento, y al año siguiente el mismo gobierno se había deshecho ya del 97 por ciento de una empresa que en 2001 entró en la rebatiña del mercado eléctrico europeo. En aquel momento, era un negocio maravilloso: millones de consumidores cautivos, 13.500 millones de ingresos y 4.400 millones de beneficios al año, además de haberse convertido en la primera eléctrica privada de Latinoamérica, aprovechándose de aquellos primeros años de liberalizaciones globalizadoras. En aquel momento, su presidente era Rodolfo Martín Villa (hoy reclamado por la Justicia argentina por los crímenes del franquismo), y en el gobierno se sentaba como ministro de Economía una persona tan íntegra como Rodrigo Rato (el e las tarjetas).
A mediados de la década pasada se vivió una enorme rebatiña por el control de la eléctrica española, que había sido creada en 1944, en pleno aislamiento del país. Las inversiones que llevaron a Endesa a ser una empresa eléctrica saneada las han estado pagando los españoles, a través de la tarifa eléctrica, durante años. Cuando empezó la época de las “opas” hostiles y politizadas, Endesa acabó en manos de lo que se llamó la “solución italiana”, la empresa pública Enel, junto a Acciona y el Banco de Santander, que se hizo con la eléctrica por 40.000 millones de euros. Y así llegamos a finales de octubre, cuando Enel, tras vender el negocio fuera del país, decide descapitalizar completamente a Endesa para recapitalizarse, y repartir un dividendo de 14.600 millones de euros, que le ha costado a la exespañola una nueva deuda de 5.000 millones de euros.
La eléctrica es, además, una de las acreedoras del “déficit de tarifa” que ha ido reconociendo el Gobierno español, para que todos nosotros lo paguemos, y que ya supera los 30.000 millones de euros.
Y volviendo al anuncio, ¿sabéis cómo lo han vendido los periódicos? Como un creativo reflejo de la “energía colectiva de los españoles”. La caradura del capitalismo nunca dejará de sorprendernos.
Aurora de Burgos para FESORIA, cuadernos subversivos del grupo anarquista Higinio Carrocera
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