Más de tres mil grandes empresarios, personalidades políticas de primer orden mundial y representantes de instituciones internacionales se encontraron del 21 al 24 de enero en el Foro Económico Mundial que, como cada año desde hace 1971, se da cita en la ciudad alpina de Davos.
Este modelo capitalista ya no sirve (o sirve cada vez a menos) y por eso hoy el debate sobre los impuestos a los ricos y la desigualdad empieza a crecer en las potencias occidentales. La desigualdad creciente generada por el capitalismo está poniendo en jaque al sistema democrático no es novedad. El 1 por ciento de los más ricos del planeta acapara más del 50 por ciento de los recursos globales, por citar solo una de las escandalosas cifras de desigualdad.
El contexto del cónclave, como ya es la norma desde hace tres lustros, fue el de fortaleza militar: amurallada por el ya habitual dispositivo de seguridad; con no menos de 5.000 efectivos de distintas fuerzas en la calle; el espacio aéreo cerrado durante una semana; así como múltiples y sofisticados controles para acceder al Palacio de Congreso, sede principal del evento.
Control de seguridad que busca «proteger» a los presentes de cualquier tipo eventual de protesta ciudadana. Un centenar de multinacionales de las más conocidas a nivel mundial son los socios/miembros del Foro Económico de Davos. Entre ellas el Credit Suisse y el Deutsche Bank, la Nestlé, ABB, Barclays y Google, por citar solo algunas. Con una inversión significativa: en torno de 240 millones de francos (cifra semejante en dólares) para cubrir una buena parte del presupuesto del cónclave anual. Otras 1.200 compañías – entre las cuales las mil más grandes del planeta— aparecen como miembros «menores», aunque también cotizan cuotas millonarias.
En medio de una polarización social mundial creciente y de la crisis ambiental sin salida, el debate oficial de la 50ª edición del Foro de Davos estuvo centrado en la necesidad de repensar del capitalismo y vislumbrar una corrección del sistema para que sea más integrador, menos excluyente y más distributivo, en el que las empresas no solo apuesten a sus propias ganancias.
Klaus Schwab, fundador del evento Davos, había enfatizado previo al Foro que «el capitalismo descuidó el hecho que una empresa es un organismo social» y no solo un ente con objetivo de lucro. Llegó, dijo, a ser «un capitalismo que se desconectó cada vez más de la economía real». Amén.
Horas antes de comenzar el Foro, el Fondo Monetario Internacional realizó su habitual encuentro con la prensa, donde Kristalina Georgieva, la nueva directora, inició su intervención señalando la «recuperación perezosa. Estén listos para actuar si el crecimiento se ralentiza de nuevo», enfatizó, dirigiéndose a los grandes empresarios.
Los debates, en un ambiente de feria de ideas, con miles de actividades dispersas, encuentro de intereses, firmas de convenios y proliferación de negociados entre pares, no aportó conclusiones conceptuales significativas. No sorprende que de Davos 2020 más que contenidos/conclusiones salgan imágenes mediáticas.
Un escándalo desigual
En la víspera del inicio de Davos, la ONG Oxfam publicó su informe anual, donde indicó que los 2.153 milmillonarios que existen en el mundo poseen una riqueza superior a la de 4.600 millones de personas, es decir, el 60% de la población mundial y señaló que la desigualdad en el mundo no solo está profundamente arraigada, sino que «llega a un nivel escandaloso».
En América Latina y el Caribe —totalmente ausente en esta edición de Davos a nivel presidencial— el 20 % de la población concentra el 83% de la riqueza. El número de milmillonarios pasó de 27 a 104 desde el año 2000. En paralelo, la pobreza extrema sigue creciendo: en 2019 el 10,7% de la población (en torno de 66 millones de latinoamericanas/os y caribeñas/os – padecía ese flagelo.
El aumento de la desigualdad económica en todo el mundo, el deterioro del empleo y la aparición del cambio climático como condición económica prioritaria conducen inevitablemente a la cuestión de que el PIB ni las estadísticas cuantitativas miden realmente la riqueza de un país o de un grupo social. Por lo tanto, carecen de verosimilitud para establecer el bienestar social.
La verdadera riqueza de un país se mide por su capacidad para mejorar la vida de sus ciudadanos; por lo tanto, requiere no solamente más producción, sino también redistribución. No es descabellado proponer que un indicador de bienestar incluya además una medida de calidad medioambiental, es decir, el grado de deterioro de la salud (y no sólo física) inducido por la calidad del aire respirable o el entorno urbano, señala el diario conservador español El País.
La tarea de los Gobiernos no se agota en aumentar la cantidad de producción, de consumo o de empleo; se les requiere para que mejoren la situación de los ciudadanos.
La desigualdad es la causa estructural del malestar social en la región. Por ello, necesitamos avanzar de la cultura de los privilegios a la cultura de igualdad y la inclusión social, afirmó Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Cepal, en el Foro Económico Mundial 2020 que culminó este viernes 24 en Davos, Suiza.
Más de tres mil grandes empresarios, personalidades políticas de primer orden mundial y representantes de instituciones internacionales se encontraron en la ciudad alpina de Davos en el Foro Económico Mundial, como lo hacen desde 1971. Ya no tiene la contraparte, el Foro Social Mundial.
El contexto de cónclave, fue el de fortaleza militar, con un control de seguridad que busca «proteger» a los presentes de cualquier tipo eventual de protesta ciudadana. Es que un centenar de multinacionales de las más conocidas a nivel mundial son los socios/miembros del Foro Económico de Davos.
Entre ellas el Credit Suisse y el Deutsche Bank, la Nestlé, ABB, Barclays y Google, por citar solo algunas. Con una inversión significativa: en torno de 240 millones de francos (cifra semejante en dólares) para cubrir una buena parte del presupuesto del cónclave anual. Otras 1.200 compañías – entre las cuales las mil más grandes del planeta— aparecen como miembros “menores”, aunque también cotizan cuotas millonarias.
Latinoamérica y el Caribe
«Las protestas en la región tienen un hilo común que es la desigualdad y pueden convertirse en una oportunidad para el cambio social. A partir de las movilizaciones hemos visto cómo algunos gobiernos han accedido a avanzar en mejoras estructurales a bienes públicos esenciales, como salud, educación, pensiones y transporte», afirmó Alicia Bárcena, titular del Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
Bárcena subrayó que hay un desencanto social que se manifiesta principalmente en los más jóvenes de la región, debido a que se generaron expectativas que no han sido cumplidas. Asimismo, destacó la importancia del respeto por los derechos humanos y el derecho a la protesta, y llamó a construir nuevos pactos sociales con miras a garantizar el bien público.
«Muchos países no contemplan el derecho a la protesta. En las Naciones Unidas defendemos los derechos humanos, la igualdad, la justicia y las voces de los que no tienen voz», señaló.
Funcionaria de la ONU, Bárcena dijo nque es urgente avanzar en la construcción de Estados de Bienestar, basados en derechos y en la igualdad, que otorguen acceso a protección social y a bienes públicos de calidad, como salud y educación, vivienda y transporte. «El 76,8% de la población de la región pertenece a los estratos de ingresos bajo y medio-bajo, que vive con un ingreso inferior a tres líneas de pobreza», alertó.
Precisó que a 2017, más de la mitad de la población adulta (52%) de los estratos medios no había completado 12 años de escolaridad, mientras que el 36,6% tenía ocupaciones con un alto riesgo de informalidad y precariedad. Además, el 44,7% de las personas económicamente activas de los estratos medios no están afiliados o no cotizan en un sistema de pensiones.
Hasta el FMI conjuga desigualdad
Hasta la búlgara Kristalina Georgieva, nueva mandamás del Fondo Monetario Internacional, en Diálogo a fondo, el blog del FMI sobre temas económicos de América Latina, planteó «reducir la desigualdad, que en la última década se ha convertido en uno de los problemas más complejos y desconcertantes de la economía mundial para generar oportunidades».
Detalla varias desigualdades: de oportunidades, intergeneracional, entre mujeres y hombres y de ingresos y riquezas. Afirma que esas desigualdades, en muchos países, están en aumento, y que hay que tener voluntad para abordarlas. Indica que ejecutar reformas para atender ese problema «es difícil desde el punto de vista político», pero menciona que los réditos «en materia de crecimiento y productividad valen la pena».
¿Un cambio en la visión de la nueva conducción del FMI respecto a las anteriores, al señalar que es necesario replantear el problema y, antes que nada, en lo que se refiere «a políticas fiscales y tributación progresiva».
La titular del FMI, para argumentar sus preocupaciones contra la «desigualdad» en el foro de Davos, olvidó, obviamente de mencionar que el sistema capitalista es la fábrica de esa creciente desigualdad, construida históricamente bajo el capitalismo. La titular del FMI, entre las políticas propuestas para superar la desigualdad, sugiere concentrarse en tres aspectos.
El primero remite a una «tributación progresiva», que podríamos definir en el sentido de que tributen los que más tienen, los que más acumulan; a contramano de la lógica liberalizadora hegemónica de los sistemas tributarios de los últimos años, especialmente en EEUU, donde Donald Trump bajó los impuestos a la renta y los beneficios, especialmente del sector más concentrado.
En el discurso de Georgieva hay cierta empatía con el neodesarrollismo de Joseph Sriglitz o Paul Krugman y también con las opiniones del papa Francisco. Sustenta que «reformas de la estructura de la economía podrían respaldar aún más la lucha contra la desigualdad al reducir los costos de ajuste, minimizar las disparidades regionales».
También habla de la necesidad de apuntalar el gasto social (ya no habla de las políticas de ajuste impuestas en todo el mundo por FMI) y le da principal atención a los rubros de salud y educación, que difieren absolutamente con los párrafos de los acuerdos de préstamos realizados con distintos países, entre ellos varios latinoamericanos, que busca achicar el gasto público social.
Hay un excelente manejo de las palabras. Habla de preparar a los trabajadores «para que cubran el creciente número de plazas de trabajo en el sector verde», lo que en realidad fue al promoción de las reaccionarias reformas laborales y previsionales, condición esencial en los préstamos otorgados a nuestros países.
«Si tuviera que identificar un tema al comienzo de la nueva década, aumentaría la incertidumbre» y para ejemplificar destaca «los incendios forestales en Australia, asociados al cambio climático»; el «conflicto en Medio Oriente» y el acuerdo para «sanar las fracturas» de la guerra comercial entre EEUU y China. Otro excelente manejo del discurso: obviamnte el problema no es el clima sino el modelo productivo capitalista que destruye la naturaleza.
La preocupación de Georgieva y sus mandantes está en la incertidumbre producida por la desigualdad del sistema capitalista («puede alimentar el populismo y la agitación política», dice en el portal del FMI). A lo que le temen es la epidemia de estallidos sociales en América Latina y en Europa.
Incluso señaló que «en el Reino Unido, por ejemplo, el 10 por ciento superior ahora controla casi tanta riqueza como el 50 por ciento inferior. Esta situación se refleja en gran parte de la OCDE , donde la desigualdad de ingresos y riqueza ha alcanzado o está cerca de niveles récord».
El tema de la riqueza hiperconcentrada, ha sido acompañado por la derecha con discursos de odio, racismo y xenofobia. Y, como los límites ambientales se hacen visibles, dificultan seguir hablando de un hipotético crecimiento como solución a la pobreza: solo queda repartir mejor lo que hay… e incluso hablar seriamente de decrecimiento, señala Claudio della Croce, investigador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico.
Desde el estallido financiero 2008 y los subsiguientes ajustes presupuestarios que impactaron en el bolsillo de las mayorías, el tema se ha vuelto central en el mundo desarrollado. Y, obviamente, también en América Latina. En las recientes protestas en Colombia el impuesto a los ricos y a las corporaciones fue cobrando cada vez más importancia. En Chile, uno de las pintadas que mejor ilustraron el desprestigio del Gobierno fue «evade como Piñera».
La igualdad no existe sin ausencia de discriminación, es decir, sin el reconocimiento de diferencias sin jerarquías entre ellas (hombre/mujer, blanco/negro, heterosexual/homosexual, religioso/ateo), señala el sociólogo portugés Boaventura de Sousa Santos. Explicar la igualdad al 1% es como explicar al diablo que Dios es bueno.
«Las epistemologías del Sur permiten reconceptualizar el capital financiero global, verdadero motor de la extrema desigualdad entre pobres y ricos, y entre países ricos y países pobres, como una nueva forma de crimen organizado, de un crimen contra la propiedad de los trabajadores y de las clases empobrecidas, constituido por varios crímenes-satélite, sean estos el estelionato, el abuso de poder, la corrupción», añade.
El capital financiero global, en su actual configuración, no es solo un crimen contra la propiedad de los más pobres, sino también un crimen contra la vida y contra el medio ambiente.
Dos años después del estallido de la crisis de 2008, en Estados Unidos surgió el Patriotic Millonaires, un ejemplo notable y excéntrico de este debate, al decir de Marcelo Justo en
Página12. El requisito básico para ser miembro es tener ingresos de más de un millón de dólares anuales o bienes equivalentes a cinco millones.
Pero a diferencia de otros clubes de millonarios (o multimillonarios como el Club Bilderberg), proponen que se suban los impuestos a los más ricos para frenar la creciente desigualdad y ante lo que economistas ortodoxos, como Paul Krugman y Lawrence Summers, calificaron de estancamiento secular.
Estos millonarios apuestan por una redistribución progresiva del ingreso. El director de Patriotic Millonaires, Morris Pearl, exdirector de Black Rock, una de las más importantes firmas de inversión en el mundo, fue explícito: «A mí no me gusta pagar más impuestos, no lo disfruto, pero quiero vivir en un sistema en el que haya mayor igualdad A esta altura, yo no trabajo y, sin embargo, gano mucho más que los que trabajan y estoy pagando menos impuestos que ellos. Esto no es positivo para el conjunto del país».
Uno de argumento del capitalismo para justificar la reducción de los impuestos a los más ricos es que así se estimula la inversión y que, con más inversión, se genera más empleo y, de esa manera, la riqueza se derrama al resto de la sociedad. Pero la realidad muestra que sucede todo lo contrario: una desigualdad mayor y una economía que entra en crisis.
Pearl sostiene que si se aumenta el salario, se va a aumentar el consumo y con esto se incrementan las ganancias, lo que, a su vez, va a generar más inversión, que es precisamente lo ocurrido en Seatle (EEUU), con la duplicación del salario mínimo de los trabajadores.
Otro argumento frecuente a favor de la reducción impositiva a los ricos es que estimula y premia la meritocracia, partiendo de la base de que los ricos son ricos por su esfuerzo, porque se lo merecen. Pero si uno revisa la lista de millonarios en EE UU se verá que la mayoría proviene de familias que eran muy ricas. Bill Gates o Mark Zuckerberg son dos casos típicos. Tuvieron una familia detrás que los sostuvo hasta que sus proyectos se concretaron.
«La mayoría de la gente que tiene un trabajo y que, con frecuencia necesita más de un trabajo para sobrevivir, no tiene tiempo de andar pensando en grandes creaciones o aventuras comerciales», añade el multimillonario Pearl, quien afirma que la reforma impositiva de Donald Trump favoreció a los que más tienen y a una mayor concentración de la riqueza.
Este debate no se limita a EEUU, pero en América Latina produce estallidos sociales. Basta recordar que dos multimillonarios (Mauricio Macri y Sebastián Piñera) fueron presidentes en los últimos años en Argentina y Chile.
Y si se sigue con la política actual inevitablemente habrá rebeliones sociales que harán muy difícil la convivencia democrática. El concepto mismo de democracia está en juego porque este minúsculo grupo de multimillonarios utiliza el dinero para incrementar su poder político y usa ese poder político para incrementar su riqueza, añade.
Seguir las políticas impuestas por EE UU a través de los organismos financieros internacionales como el FMI, el Banco Mundial o el Interameriano de Desarrollo llevó a estallidos también en Haití, Puerto Rico, Ecuador y Colombia.
«Soy consciente de que las groseras desigualdades continúan separando a los afortunados de los desafortunados en todo el mundo», señaló Bill Gates, creador de Microsoft y el segundo hombre más rico del mundo, en una reflexión de fin de año publicada en su blog. «He sido premiado desproporcionadamente por el trabajo que hice», reconoce.
A la documentalista Abigail Disney, bisnieta y heredera de Roy, uno de los fundadores de Disney, su riqueza no le impidió denunciar en 2019 la cantidad de trabajadores de Disneyworld que cobran el salario mínimo, apenas suficiente para sobrevivir, mientras la compañía declaraba ganancias por 13.000 millones de dólares.
El tema llegó a la campaña electoral estadounidense. La precandidata demócrata Elizabeth Warren publicó un spot publicitario en el que dice explícitamente que es hora de aprobar un «impuesto a la riqueza», seguido de imágenes de los millonarios que critican la idea y se victimizan, mientras se explican con textos breves las formas dudosas o directamente ilegales con las que hicieron sus fortunas, incluso en momentos de crisis o gracias a ella.
Obviamente, Michael Bloomberg y Leon Copperman, dos ultrarricos, critican a Warren con todo el poder de los medios. Otros candidatos como Bernie Sanders o Alexandria Ocaña-Cortez suelen apuntar a la desigualdad estructural que limita las posibilidades de la inmensa mayoría de progresar solo por nacer en el lugar equivocado.Cuando los multimillonarios hablan de desigualdad, hay que poner las barbas en remojo. No es que no les guste la desigualdad. Lo que pasa es que le temen a los estallidos sociales que los deje sin el pan y sin la torta.