Las grandes centrales sindicales tratan de reaccionar, pero sin llegar a cumplir las expectativas de los movimientos feministas ni acabar de adaptarse a la realidad del precariado
Primero fue el 15-M, con una de sus derivadas en nuevas formas de organización como las mareas o la PAH, después vino el surgimiento de nuevos actores políticos que rompieron con el sistema bipartidista y, finalmente, ha llegado el movimiento feminista, transversal y transformador. Las grandes centrales sindicales —CCOO y UGT— estuvieron al margen de todos estos movimientos tectónicos, cuando no se posicionaron con cierta desconfianza ante lo desconocido, lo impulsado desde movimientos autónomos o con agendas, herramientas y objetivos que desbordan a las organizaciones sindicales tradicionales. Se trata del sindicalismo social, que ha venido para quedarse, como ha quedado demostrado en la lucha por la vivienda digna y contra los desahucios, contra la precariedad y, sobre todo, con el movimiento feminista.
La imagen que mejor explica este cambio de tendencia es la de las masivas e históricas manifestaciones celebradas el pasado jueves en numerosas ciudades españolas: al cortejo de CCOO y UGT se le situaba intencionadamente en un segundo plano, detrás de los movimientos feministas y colectivos autónomos. Solo convocaron paros parciales después de que otras centrales minoritarias se prestasen al movimiento feminista para convocar la huelga de 24 horas y la cuestión irrumpiese en la agenda política y mediática. Asimismo, que la portavocía de los sindicatos durante esta jornada recayese en varones visibiliza un cierto distanciamiento con el modo de hacer del movimiento feminista. Más aún, desde la cuenta oficial de CCOO en Twitter se llegó a lanzar un mensaje en plena jornada de huelga, y posteriormente borrado, en el que se aseguraba que la única huelga con impacto real habían sido los paros parciales convocados por ellos y UGT, como todavía se refleja en un comunicado de balance.
Las grandes centrales sindicales tratan de reaccionar, con cierto retraso a los acontecimientos que irrumpen en la agenda, pero sin llegar a cumplir las expectativas de los movimientos ni acabar de adaptarse a la actual realidad laboral. De ahí que el 8-M no fuese solo una huelga laboral, sino también estudiantil, de cuidados y de consumo. "Pudimos hacer la huelga general de 24 horas gracias a la cobertura legal que nos dieron sindicatos como CGT, CNT o Co.bas. Desde CCOO y UGT convocaron paros de dos horas por turno, obviamente esto no era a lo que convocábamos nosotras, pero aun así lo consideramos positivo con respecto al pasado año, que no convocaron nada", explica Patricia Aranguren, perteneciente a la comisión organizadora y al movimiento feminista de Madrid. Cesif ni siquiera convocó a paros parciales. Es más, Aranguren defiende que lo verdaderamente importante fueron la huelga de cuidados y de consumo "porque son transversales a todas las mujeres, mientras que la laboral solo la pueden hacer algunas".
La responsable de Mujeres e Igualdad de CCOO, Elena Blasco, defiende que el sindicato realizó una importante labor de "comunicación y sensibilización", tanto en asambleas como en territorios, cifrando en 3.000 las asambleas monográficas celebradas y en varios cientos los pronunciamientos de los comités de empresa. Un trabajo que, según argumenta, contribuyó al "éxito histórico" de la huelga, que ya preveían, pero que se demostró con la cifra de seguimiento, de más de seis millones de trabajadores. Blasco deja la puerta abierta a que el próximo año se sumen a convocar una huelga general de 24 horas, como exigía el movimiento feminista, y se compromete mantener una lucha continua hasta lograr la igualdad real.
Desde CGT, en cambio, denunciaban el día después de la huelga, a través de un comunicado, "la actitud bochornosa y miserable que mantuvieron los sindicatos del régimen (CCOO y UGT), encaminada sin duda a boicotear las acciones que estaban planteadas para la jornada de lucha del 8-M y sirviendo, una vez más, de pilar para quienes son culpables de las muchas desigualdades en nuestra sociedad".
La periodista y analista de movimientos sociales, Nuria Alabao, explica que el enfoque de las huelgas generales solo de trabajadores viene cuestionándose ya desde los años 70 por el movimiento feminista. "Se criticaba que no eran huelgas generales porque no tenían en cuenta el trabajo no pagado y no remunerado (como los cuidados). Ahora este posicionamiento viene cargado de un nuevo sentido porque el nivel de precarización de la fuerza de trabajo es mayor, con lo cual la herramienta de la huelga laboral tiene más complicado generar un daño económico". Es por ello que define como "evidente" el hecho que la huelga laboral se complemente con otras herramientas como la huelga de consumo o de cuidados.
A pesar de todo, Alabao reconoce un cierto intento de renovación o readaptación en las nuevas direcciones de CCOO y UGT, "El 15-M también ha acabado contagiando un poco a los sindicatos", añade. El sociólogo y miembro de la Fundación de los Comunes, Emmanuel Rodríguez, es menos optimista sobre este intento de renovación, asegurando que el problema de los sindicatos es que son "aparatos burocráticos gigantescos, sin autonomía y con un papel de representar al trabajo", por lo que concluye que acaban siendo "mecanismos de contención social".
La institucionalización y dependencia de las subvenciones públicas, según añade Rodríguez, tiene como consecuencia "que a día de hoy no tengan presencia social en ninguna parte", como ocurrió con el 15-M, la PAH o ahora el movimiento feminista, "quedándose acotados al ámbito del empleo garantizado y las administraciones públicas, incapaces de organizar nuevas figuras para luchar contra la precariedad".
El "tsunami feminista" del 8-M, que venía gestándose de forma autónoma y asamblearia desde hacía un año, parece haber descolocado a los sindicatos tradicionales, pero también a medios de comunicación y partidos políticos. Quizá a unos más que a otros, pues como reflexiona el diputado y responsable de movimientos sociales y relación con la sociedad civil de Podemos, Rafa Mayoral, la nueva disputa política pasa por "poner en el centro las satisfacciones vitales de la población". Un cambio de eje, dice, que coloca encima de la mesa la "necesidad de superar el modelo de incertidumbre permanente", esto es, la precariedad. En este sentido entiende que los sindicatos clásicos tienen un problema en sus estructuras, pues "no están adaptadas a las nuevas formas de vida, como la precariedad, impidiendo estar a la altura de los retos" actuales. De ahí, remarca, que se deba visibilizar los cuidados y su satisfacción a través de los servicios públicos, por ejemplo, reconociendo el derecho efectivo a la escuela pública y gratuita a los niños de entre 0 y 3 años.
El planteamiento del movimiento feminista es para Mayoral fundamental porque parte del análisis de que "todos los elementos de la vida son interdependientes". Una de las claves de la plataforma 'Vamos!' que impulsa desde su secretaría, como estructura paralela al partido, y que trata de contribuir a la emergencia de un nuevo ecosistema social, poniendo en cuestión el orden establecido y la necesidad de transformar la sociedad. Existen vasos comunicantes entre las luchas sociales que apuntan a una primavera caliente en las calles, según defiende el diputado podemista con el deseo de que siga girando el debate político y se una en un mismo frente de conflicto.
Desde el movimiento feminista de Madrid, Patricia Aranguren insiste en el enfoque transversal, que impregna su propio manifiesto y argumentario, al tratar cuestiones que podrían parecer alejadas del feminismo, como el ecologismo, el racismo o la precariedad. De hecho, no solo hablan de brecha salarial, sino también de "brecha de las pensiones" entre hombres y mujeres, por lo que no se descarta que, dado ya el carácter intergeneracional del 8-M, acabe convergiendo con esta lucha que, además, están liderando plataformas creadas ex profeso, más que sindicatos.
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