Las mujeres enfrentan el reto de pararlo todo incluyendo a todas
El 8 de marzo, las mujeres quieren escribir una página nueva en la historia del país. El movimiento feminista propone a todas abandonar sus puestos de trabajo asalariado, las tareas del hogar, los cuidados, las aulas y dejar de consumir.
Una huelga que va mucho más allá de lo laboral para desaparecer de todos los ámbitos de la vida en los que intervienen. “Si nosotras paramos, se para el mundo”, dice el eslogan. Razones no faltan.
La convocatoria del 8 de marzo es una huelga contra la violencia machista que se ha llevado por delante la vida de casi mil mujeres en los últimos 14 años según los datos oficiales. También es una movilización contra el sistema económico en el que la mujer realiza casi el doble de horas de trabajo no asalariado que el hombre —26,5 frente a 14, según el Instituto Nacional de Estadística—.
Una protesta contra un panorama laboral con una brecha salarial que roza el 30% y en el que casi tres millones de mujeres no llegan al salario mínimo, como indican los datos del sindicato de técnicos de Hacienda (Gestha).
Pero el argumentario elaborado por la Comisión 8 de Marzo no se queda solo ahí. Es también un paro para reivindicar ser dueñas de nuestros cuerpos y para que sean reconocidos derechos sexuales y reproductivos, independientemente de la identidad sexual. Una protesta que clama, además, contra la Ley de Extranjería y los CIE.
En definitiva, “es una enmienda a la totalidad hacia una forma de organización social, económica y política que aplica contra las mujeres una injusticia distributiva y una injusticia de reconocimiento”, resume Tània Verge, profesora de Ciencia Política y directora del Departamento de Igualdad de la Universidad Pompeu Fabra en Barcelona. “Por un lado, el capitalismo produce formas específicas de desigualdad para las mujeres, como una mayor precariedad laboral, la feminización de la pobreza, la división entre trabajo productivo y reproductivo, la segregación vertical y horizontal del mercado laboral o la brecha salarial. Por otro lado, la ideología patriarcal basada en la construcción social del género lo impregna todo de jerarquías de estatus y poder. Estas jerarquías son, a su vez, la base de las violencias machistas”, relata esta docente, que es también militante feminista.
Y, para luchar contra todo ello, un centenar de colectivos de todo el Estado han confluido para explorar nuevos caminos.
Nuevo concepto
Los sindicatos ante la huelga feminista
“La huelga clásica, utilizada tradicionalmente por el movimiento obrero, no nos vale. Esto es diferente. No vamos a medir estadísticas de seguimiento, la lupa la ponemos en el empoderamiento que estamos experimentando”, cuenta Ana Viqueira, de la Secretaría de las Mujeres del sindicato gallego CUT. Este sindicato registró la huelga general en Galicia, siguiendo los trámites administrativos para oficializar la protesta.
“Con este proceso nos hemos dado cuenta de que debemos cuestionarnos muchas cosas. Nos preguntamos por qué solo los sindicatos pueden convocar la jornada, por ejemplo. Estamos creando algo nuevo y nuestra mente está haciendo un ‘clic’ para adaptar la protesta clásica a nuestras necesidades. La estamos rescatando y poniendo al día”, admite Viqueira.
Pero no todos los agentes que tienen que intervenir en el proceso han hecho el ‘clic’ mental al mismo tiempo. CC OO y UGT han convocado paros de dos horas, frente a la huelga de 24 horas respaldada por CNT y CGT entre otros. Los sindicatos mayoritarios no han apostado por la huelga general.
Para muchas, esta postura es fiel reflejo de organizaciones con un marcado carácter patriarcal. “El problema es que los sindicatos han sido —y siguen siendo— organizaciones patriarcales. Se opusieron en su momento a la equiparación salarial entre hombres y mujeres, se resistieron a abolir el salario familiar que justificaba un salario más alto para los hombres por considerarlos proveedores principales y han sido muy tibios en la lucha contra la brecha salarial”, explica Verge.
“No se hubiera aceptado la ‘flexiseguridad’ de los contratos a tiempo parcial si este tipo de contrato afectara mayoritariamente a los hombres. Tampoco se hubiera asumido el discurso de la conciliación en lugar de exigir cambios en la forma de organización del trabajo. Garantizarían la responsabilidad del conjunto de la sociedad si fueran los hombres quienes realizaran las tareas domésticas y de cuidado”, se queja.
Para Olga Baselga, militante feminista y activista LGTBI de Leganés (Madrid), los sindicatos mayoritarios no creen en la legitimidad de esta huelga. “En este momento es un instrumento cuestionador del patriarcado. Sería muy feo decir públicamente que nos quieren restar legitimidad, pero es lo que están haciendo. Así que proponen un paro de dos horas y por turnos”.
Anabel Sanz, del colectivo Feministalde de Bilbao, que ha participado en la génesis del proceso, añade que la invisibilización de las luchas de las mujeres ha sido una constante. “Se da la ambivalencia de que se nos ha marginado y excluido históricamente del ámbito laboral, pero, además, se sobrepone una ocultación patriarcal activa de las luchas, los referentes y las aportaciones de las mujeres”. Esta activista pone un ejemplo de lucha feminista que ha cosechado un gran éxito, el de las trabajadoras de las residencias en Euskadi, que han estado dos años en pie por la mejora de sus condiciones laborales hasta que en octubre del año pasado consiguieron un acuerdo.
Justa Montero, activista de Madrid perteneciente a la Comisión 8 de Marzo, apunta los retos que se están encontrando al escribir un libro nuevo. “En la práctica estamos despatriarcalizando el concepto, lo que no quiere decir que sea fácil: ¿cómo materializar la huelga de consumo?, ¿cómo garantizar los servicios mínimos en la de cuidados?”.
Sin medida
El éxito es el proceso
“El planteamiento de la huelga feminista es completamente novedoso en todo”, destaca Montero, quien avisa de que ese día no acabará todo. “El origen reciente de esta convocatoria está en el éxito del paro simbólico convocado por el movimiento feminista el año pasado. Por eso para este año se decidió dar un paso más y convocar una huelga feminista, que entendemos como un proceso. Llevamos desde abril con asambleas cada mes, con el entusiasmo de cada vez más y más mujeres”, expresa Montero.
Por eso su éxito no se puede medir con las herramientas al uso. “El éxito no vamos a poder contabilizarlo igual que siempre. No es un movimiento sindical, no somos piquetes al uso porque esto no es solo una huelga laboral. Es un proceso a largo plazo, una carrera de fondo que no se podrá evaluar al día siguiente”, cuenta Pilar Estévez, portavoz de la Plataforma Feminista Galega. El II Encuentro Estatal que se celebró los pasados 13 y 14 de enero, con más de 400 mujeres, ya es un paso adelante, dice.
Por otro lado, el movimiento feminista espera que muchas de las estructuras que se creen ese día perduren en el tiempo. “Uno de nuestros aliados feministas me comentaba el otro día que estaba pensando en organizar una ludoteca atendida 100% por hombres para que pudiéramos asistir a la manifestación. Ahí es donde los queremos ver, transformando un espacio femenino en un espacio feminista, en el que hombres y mujeres trabajen por igual”, explica Olga Baselga.
¿Estamos todas?
Deben caber todas, pero ¿caben?
En este camino se ha hecho muy visible la dificultad para participar de algunas mujeres por su situación de precariedad. “Lo que más notamos es la dificultad de llegar a determinados sectores, como el de los cuidados”, relata Ana Viqueira, del sindicato gallego CUT. “Tenemos trabajadoras del hogar en el sindicato y es muy difícil que puedan acudir a nuestras asambleas; como feminista me fastidia y me frustra”, admite.
En este camino se ha hecho muy visible la dificultad para participar de algunas mujeres por su situación de precariedad. “Lo que más notamos es la dificultad de llegar a determinados sectores, como el de los cuidados”, relata Ana Viqueira, del sindicato gallego CUT. “Tenemos trabajadoras del hogar en el sindicato y es muy difícil que puedan acudir a nuestras asambleas; como feminista me fastidia y me frustra”, admite.
Pilar Estévez hace hincapié en que en este proceso debemos caber todas. “No puede ser excluyente desde un feminismo de clase. Centrarse exclusivamente en las mujeres asalariadas es un error”, remarca. Olga Baselga también ha encontrado dificultades en llegar a parte de su colectivo. “La presencia de lesbianas y trans en la lucha es necesaria, pues sufrimos una doble discriminación. No obstante, actitudes divergentes existen en nuestro propio colectivo LGTBI. Hay gente que cree que la huelga no sirve para nada. Muchas mujeres transexuales no secundarán el paro. En un colectivo tan oprimido como este al feminismo le está costando entrar”, se lamenta la activista.
Antoinette Torres Soler, fundadora y directora de Afroféminas, es crítica. “Independientemente de que el argumentario es cierto y que se hacen algunas menciones a la diversidad, soy de la opinión de que las feministas negras tienen reivindicaciones diferentes”, cuenta. Para esta activista, “la principal reivindicación no es el machismo, sino la deshumanización a la que se ve expuesta la mujer negra: yo recibo presiones tanto de los hombres como de las mujeres”. Torres Soler considera que tener un discurso propio en España es complicado. “Las mujeres racializadas tenemos que encontrar estrategias propias de lucha”.
Para Tània Verge, la clave de esta acción es el apoyo mutuo. “Es importante que todas las que podamos secundemos la huelga para reclamar una transformación social que haga que ninguna mujer vea restringidos sus derechos políticos, civiles o sociales”, destaca. He aquí el último elemento que hace que el 8 de marzo sea algo más que una huelga: la sororidad, un ingrediente necesario para darle la vuelta al patriarcado y que tiemble el sistema.
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