Que los sindicatos, sobre todo los mayoritarios, han perdido la confianza de la ciudadanía no es ninguna novedad. Lo dicen las encuestas, el camarero del bar de la esquina, la arquitecta que está trabajando en una tienda de ropa, el parado que ya no tiene ayudas, las amas de casa, la embarazada que despidieron porque estaba embarazada, los miles y miles de damnificados por la última reforma laboral. Lo dice la propia pérdida de negociación de esos mismos sindicatos ante el Gobierno de turno y lo dicen las razones por las que numerosos sectores han decidido defenderse por su cuenta, como las
Kellys, los
manteros o los trabajadores de
Coca Cola en lucha. De todo eso se ha escrito, se ha hablado y se ha filosofado. Lo que nos proponemos ahora es dibujar y –concretar– cómo tiene que ser un sindicato en el siglo XXI. Qué asuntos debe priorizar, cómo tiene que organizarse, qué luchas debe incorporar en su discurso y, sobre todo, en sus acciones ante los nuevos escenarios laborales, ante las necesarias transformaciones de cara a combatir amenazas como el
cambio climático o procesos como la
robotización, ante una realidad invisibilizada como el
trabajo sin remuneración de las mujeres.
Hemos seleccionado una muestra representativa de distintos sectores –expertos, sindicalistas y trabajadores con diferentes visiones– para construir, a partir de sus reflexiones, un retrato de los sindicatos que serían capaces de recuperar la confianza de los trabajadores y trabajadoras de un país sumido en la precarización, el paro y la pérdida de derechos.
1. OBJETIVOS Y LÍNEAS GENERALES
Los sindicatos deberían tener como objetivo principal la defensa real y efectiva de los derechos de los trabajadores. Su alejamiento de la sociedad, en ocasiones más pendientes de los intereses de la propia organización, es una de las quejas más comunes entre los entrevistados. “Se tienen que reconvertir, dejar de mirarse el ombligo, plantear estrategias que lleguen a la gente y demostrarlo con los hechos”, dice la profesora de Sociología de la Universidad Pablo de Olavide Carmen Botía, una de las impulsoras de la plataforma de denuncia abusospatronales.es. La secretaria general de UGT Extremadura, Patrocinio Sánchez, considera, sin embargo, que lo que existe fundamentalmente es una campaña de desprestigio y una limitación en su margen de maniobras tras las reformas laborales, sobre todo, la última puesta en marcha por el gobierno del Partido Popular. “No son empresas, son organizaciones que velan por que se cumplan los derechos laborales en un escenario donde existen nuevas formas de explotación y precarización”, afirma el ingeniero industrial Manuel Gómez Díaz, un joven de 23 años que no pertenece a ningún sindicato y trabaja actualmente como camarero mientras estudia un máster.
Ningún consultado cree que los sindicatos deban dar por perdidos ningún derecho ni batalla alguna por muy complicada que sea, como a veces han respondido a
Ángela Muñoz, una de las portavoces de Las Kellys, la asociación de camareras de piso. “Si nosotros estamos teniendo esta repercusión, qué no podrán hacer los grandes sindicatos”, reflexiona. “Deben huir del fatalismo y el determinismo. La forma en que organizamos el trabajo es una decisión política y no técnica. No hay un modelo de trabajo o de empresa que nazca de una deidad y ante el que solo quepa capitular”, opina el
profesor de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social en la Universidad de Castilla-La Mancha Joaquín Pérez Rey, experto en la comisión creada tras la sentencia europea que abre la puerta a equiparar la indemnización de indefinidos e interinos. En este contexto, las organizaciones tendrían que dirigirse especialmente a quienes se sienten desprotegidos y creen que estas han actuado en connivencia con el partido en el poder para conservar posiciones de privilegio en las instituciones, como afirma la profesora de Economía
Paula Rodríguez Modroño, experta del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sobre Trabajo no remunerado, género y economía del cuidado y de ONU Mujeres en Políticas Macroeconómicas. “Quienes hemos intentado hacer nuestro trabajo más allá de intereses políticos sabemos a la perfección que nos coartan el camino por temor. Hay que empoderar a la clase trabajadora”, expresa
Sonia Gatius, exresponsable de Justicia de UGT Lleida. Ella se autodenomina sindicalista sin sindicato.
Tampoco podrán responder a los nuevos retos sin entender, asumir e incorporar a sus líneas de acción que la clase obrera ha dejado de ser predominantemente industrial y masculina y que no se inserta por lo general de manera estable en la empresa, incide Pérez Rey, que ve crucial cambiar la ley para sacar de las instituciones modelos inadmisibles, principalmente la precariedad y el desempleo, con un mensaje claro: “No son una plaga divina, sino una opción de un capitalismo desenfrenado con la que domestica y disciplina a los trabajadores”. La lucha, coinciden todos, tiene que ser colectiva, global y solidaria. Y la socióloga Botía apunta a una cuestión más: superar los Pactos de la Moncloa, cuando “los sindicatos renunciaron a parte de las reivindicaciones obreras para consolidar la democracia”. “Las grandes constructoras que obtuvieron ganancias importantísimas en el franquismo son las que ahora, ofreciendo los servicios que ha externalizado el Estado, precarizan el trabajo, y si no se lucha contra eso es muy difícil que un sindicato tenga credibilidad”, añade. Gatius corrobora la afirmación: “Un nivel alto de desempleo genera una competencia entre la clase trabajadora que es difícil combatir. Lo saben los grandes del Ibex 35. Solo hace falta ver las adjudicaciones que las administraciones están dando a empresas como ACS, Ferrovial, Revaloriza o FCC”.
2. COMPOSICIÓN Y FINANCIACIÓN
La institucionalización, la burocratización y la excesiva jerarquización son señaladas como un obstáculo entre la mayoría de los consultados. En contraposición, los sindicatos tendrían que ser más abiertos, menos jerárquicos, más democráticos y con una mayor presencia de mujeres y jóvenes en general y en puestos directivos. “No se puede luchar contra una discriminación si en tus propias estructuras discriminas”, reflexiona la profesora Rodríguez. “El sindicalismo actual todavía está muy ligado al franquismo, las estructuras del funcionamiento de la representación es una continuación del sindicato vertical. Las elecciones sindicales, los enlaces… ¡que todavía hay alguno que habla de los enlaces sindicales! y todas estas cosas dejan sobre el tapete que no se ha roto con aquel sistema en todos los aspectos”, denuncia el histórico sindicalista de CGT Cecilio Gordillo, que apuesta por un cambio de modelo que impida, además, la dependencia económica de las instituciones. La financiación a través de la afiliciación es la opción mayoritaria entre los entrevistados frente a las subvenciones estatales –”no son un regalo, es un pago por el trabajo que hacemos”, insiste la secretaria general de UGT extremeña. La profesora Botía propone incluso la afiliación obligatoria, al sindicato que cada persona desee. “Hoy los grandes sindicatos ofrecen seguros médicos, de hogar, de coche, descuentos en empresas, pisos y un sinfín de simplezas que desdibujan por completo su sentido”, denuncia Gatius.
No existe un acuerdo entre si deben ser grandes o pequeños. “No se puede saber de antemano. Hay conflictos que se han llevado de manera excepcional desde sindicatos de clase como el de las subcontratas de Movistar (con un papel crucial de COBAS) o el de las falsas cooperativas cárnicas de Osona (donde está la COS)”, afirma
David García Aristegui, miembro de la Unión Estatal de Sindicatos de Músicos, Intérpretes y Compositoras, quien aconseja un acompañamiento a personas que quieran afiliarse y no tengan familiares o amigos que hayan militado en organizaciones de este tipo. Paula Rodríguez cree que tienen que ser grandes pero con múltiples unidades especializadas en cada área. “Se tienen que fundamentar en un nuevo modelo organizacional donde se defiendan las especificidades de cada uno y de colectivos muy concretos, hay que buscar esa profesionalización en la defensa del colectivo muy concreta”, opina la
vicepresidenta de laAsociación de Trabajadores Autónomos (ATA), Celia Ferrero, con 163.000 afiliados directos.
Sí hay una posición más clara sobre la necesidad de modificar la forma de representación. El profesor Pérez Rey sostiene que no se puede limitar al lugar del centro de trabajo. “Deben formularse nuevas formas de estructuración más amplia (comarcas, polígonos, espacios productivos…) para lo que será imprescindible un cambio legal. Por otro lado la negociación colectiva debe hacerse cargo de esta diversidad”, prosigue. “Tendrían que abrir la mesa de negociación porque los sindicatos son muy selectivos a la hora de reunirse –explica Muñoz–. Hace poco se reunieron con las asociaciones de empresarios de hostelería y a las Kellys nos dejaron al margen”. Ferrero pone dos ejemplos de la importancia de la representación: “Si subes el salario mínimo no se tiene en cuenta que en el caso del pequeño comerciante autónomo puede ser perjudicial porque aumenta la base de cotización y la cuota; o si negocias ayudas y pones parados de larga duración estás excluyendo a los autónomos”.
Otro gran reto del sindicalismo español, que, según denuncia Cecilio Gordillo, actual coordinador de memoria histórica y social en CGT, nunca ha visto con buenos ojos que se propongan alternativas o se actúe en ámbitos tradicionalmente al margen de estas organizaciones –Gatius asegura que los compañeros a los que representaba en la administración de Justicia no entendían que ella acudiera a protestar contra un desahucio–, es trabajar conjuntamente con los movimientos ciudadanos y asociaciones en cada barrio –últimamente han nacido iniciativas como las del
Sindicat de Barri de Poble Sec–, con agrupaciones de trabajadores más pequeñas y con los más precarios. No solo sería necesario que estos formaran parte del sindicato y participaran en el diseño de la acción sindical, sino que la organización debe girar sobre el principio de no discriminación, que, como recuerda Pérez Rey, impide a las empresas obtener beneficios salariales y de otro tipo de los empleados precarios frente a los que no lo son. Debe quedar claro, advierte Botía, que ningún trabajador con mejores condiciones es culpable: “Los conflictos entre grupos de trabajadores le vienen bien al capital porque así no reivindicas ni reclamas al responsable de la precarización”. El capital.
Las negociaciones, además, deben realizarse, según Rodríguez, en múltiples niveles, ámbitos y áreas a la vez. Y, para ello, es fundamental que estén conectados a confederaciones europeas y globales, que dan una mayor facilidad para ejercer presión contra las corporaciones, las instituciones supranacionales y los tratados internacionales. En su análisis, el profesor Pérez Rey, concluye directamente que el Estatuto de los Trabajadores vigente no es válido para hacer frente a los tiempos actuales y desterrar fenómenos como el abuso de la temporalidad o la minusvaloración de la negociación colectiva. Ahora hay que tener en cuenta la subcontratación, los grupos de empresa y las reducidas dimensiones de las plantillas.
3. DE LA CONCILIACIÓN A LOS CUIDADOS
Los nuevos sindicatos tienen que incorporar de manera ineludible las principales reivindicaciones de la economía feminista a su discurso y acción, como la relevancia de la reproducción social para la sostenibilidad de la sociedad, insiste la experta del PNUD. Debe formar parte del ADN sindical, por tanto, la lucha por la conciliación o la demanda de horarios compatibles con la vida familiar y social en un escenario, además, en el que las reformas laborales han aumentado la flexibilidad del empresariado para establecer las horas y apropiarse de la disponibilidad absoluta del tiempo de los trabajadores. Pero, atención: no se trata de una reivindicación secundaria, complementaria, o solo para las mujeres o en sectores feminizados, avisa la profesora. Sino de una columna vertebral de los derechos laborales.
Patrocinio Sánchez, psicóloga de formación, cuenta que recibe cartas y llamadas de numerosas mujeres que le agradecen que lidere el sindicato porque se ven reflejadas en ella. Su homóloga en Andalucía, Carmen Castilla, fue elegida en 2014. Los dos sindicatos mayoritarios estarán dirigidos por mujeres en esta comunidad tras el próximo nombramiento de Nuria López al frente de CCOO, cuyo gabinete de prensa no había confirmado al cierre de esta edición la entrevista solicitada.
“Parece que el trabajo precario va implícito al género”, concluye Ángela Muñoz, que insiste en que la externalización de los hoteles ha aumentado la mano de obra barata. “A mí me ha llegado a decir –continúa– un camarero de piso que se marcha porque no sirve para limpiar. Los pocos que hay lo hacen porque la situación laboral es la que es y de manera alternativa están aquí. ¿Si los trabajadores fueran hombres habrían externalizado? No tengo duda de que no”. Las mismas dudas surgen cuando se plantea el régimen especial en el que cotizan las empleadas de hogar. Según
un estudio realizado por el Instituto Andaluz de la Mujer (IAM) y el Departamento de Economía, Métodos Cuantitativos e Historia Económica de la Pablo de Olavide, cada mujer realiza un trabajo doméstico por valor de 30.237 euros al año. “No se puede analizar el trabajo formalizado por un lado y el trabajo no remunerado por otro, ambos forman parte del mismo orden social”, añade Botía. “El feminismo ha sido pionero en destacar los múltiples ejes de desigualdad que existen y la interseccionalidad de las discriminaciones, elemento fundamental que deberían incorporar ya de manera central los sindicatos en su lucha”, finaliza Rodríguez.
4. SECTORES OLVIDADOS
La música es trabajo. Y el periodismo. Y el cine. Y poner la lavadora. Y hacer la comida. Y servir cafés sin parar para poder pagar la cuota de autónomo ese mes que no ha dado ni para la luz del local. Y diseñar un cartel desde el ordenador de casa para una gran empresa. Y formar parte del equipo que desarrolla una vacuna. Y llevar las redes sociales de una consulta dental desde tu propio móvil mientras redactas la memoria económica de un proyecto en un coworking. Los sindicatos tienen que abrir los ámbitos tradicionales en los que actuaban a las nuevas realidades del mercado laboral: jóvenes becarios, autónomos, falsos autónomos, trabajadores a tiempo parcial, profesionales freelance, trabajadores con contratos irregulares, cuidadoras del servicio de dependencia, incluso aquellas profesiones que siempre “han ido bien”, como la ingeniería –destaca Manuel Gómez– y que ahora pueden verse en situaciones similares.En el caso de los autónomos, Ferrero es consciente de la dificultad que conlleva defender un sector que, por un lado, es muy heterogéneo y, por otro, representa a empleador y empleado al mismo tiempo: “Hay que darles voz, explicarles cuáles son los sistemas de protección actuales y la fiscalidad específica en cada caso”. Botía es rotunda: “El autónomo, sobre todo el pequeño, es trabajador antes que empresario”.
Urge también resolver la precarización encubierta de los falsos autónomos, es decir, quienes trabajan como asalariados sin estar dados de alta por la empresa. En este grupo sobresalen los periodistas. “A los empresarios les resulta más barato que contratar a trabajadores fijos en la plantilla. No tienen derecho a vacaciones pagadas, pueden ser despedidos en cualquier momento sin compensación económica y no tienen las garantías y derechos de sus compañeros de la plantilla. Los comités de empresa y delegados de personal deben pelear no contra esas personas, cuyo único medio de vida es trabajar como falsos autónomos, sino contra las empresas para que los contraten con los mismos derechos que los demás”, defiende
Agustín Yanel, secretario general de la Federación de Sindicatos de Periodistas (FeSP) y miembro de la Junta Ejecutiva del Sindicato de Periodistas de Madrid (SPM).
Ocurre en el periodismo y en otras profesiones artísticas. Existe una percepción de que son gratis. “Que la creación deba ser sostenida por rentistas y amateurs es una postura legítima, ojo, y que no comparto. Pero me gustaría que quien piense eso lo expusiera claramente y no hiciera argumentaciones extrañas hablando de cultura libre o pidiendo la Renta Básica. Para mucha gente parece que solo hay un trabajo de verdad con un mono azul y una llave inglesa fálica en la mano. No es así. Música es trabajo es nuestro lema”, argumenta García Aristegui.
5. NUEVAS TECNOLOGÍAS
Los sindicatos no podrán permitir que escenarios como la robotización o la incorporación de otras nuevas tecnologías supongan ninguna merma en los derechos y en las condiciones laborales. Pero no como observadores, sino como actores de gobierno de ese cambio tecnológico determinando, según Pérez Rey, qué exigencias formativas requiere e impidiendo que la robotización funcione exclusivamente en una dirección, la del beneficio empresarial y el aumento de los poderes patronales. La fuerza de trabajo es una inversión, no un coste, asegura Botía, y desde su punto de vista es irrenunciable que la riqueza que se produce socialmente al incorporar estas máquinas revierta en la sociedad.
La propuesta más repetida es la creación de impuestos específicos para los robots que, por otra parte, como señala Manuel, el joven ingeniero-camarero, pueden evitar que niños y mujeres cosan y hagan zapatos por una cantidad vergonzosa. Los robots, que a su vez implican nuevos trabajos de diseño y control, no son el problema. La conciencia es humana, analiza Manuel con una madurez impropia a los 23 años y comprensible con su filosofía de vida: siempre busca el por qué de las cosas. El problema está en el empresario que incorpora nuevas tecnologías a costa de la expulsión del mercado de trabajo y de los derechos de ciudadanía de grandes masas de trabajadores con escasas probabilidades de reengancharse.
6. NUEVAS REVOLUCIONES
Otra columna vertebral de los sindicatos debe ser la lucha por una reconversión hacia una sociedad medioambientalmente sostenible con empleos de calidad en sectores como las energías renovables, urbanismo sostenible, movilidad… El problema del amianto no es nuevo, pone como ejemplo Gordillo. “No estamos hablando de unos cuantos empleos, sino de nuestra supervivencia. El
cooperativismo y la ecología deben integrarse en nuestro futuro como clase trabajadora”, afirma Gatius. El crecimiento ilimitado del capitalismo choca frontalmente con los límites biofísicos del planeta, como concluyó el
III Encuentro Ecosocialista Internacional, cada vez más evidente con los efectos del cambio climático, que año tras año empuja a millones de personas a abandonar sus países como refugiados ambientales.
Los sindicatos deben ser intransigentes con las empresas no ya que contaminan –o las administraciones que lo permiten–, sino con aquellas que no priorizan la protección del medio ambiente, absolutamente imprescindible en la mesa de diálogo social. El cambio climático no es cosa de los científicos. El cambio climático tiene que estar en el centro de la nueva acción sindical. Es la revolución que está por venir, basada, como conceptualiza Manuel, en una reconversión del pensamiento.
http://www.lamarea.com/2017/06/25/papel-sindical-ante-la-transformacion-frente-al-cambio-climatico/