A Isabel Pantoja, la folclórica trincona, convicta y confesa por blanqueo de capitales, la quiere todo el mundo. Acaba de liderar el programa más visto en televisión de este año. Casi cinco millones de espectadores postrados ante sus encantos. La misma gente que clama contra la corrupción jaleando a sus estrellas favoritas. En una saga-trola que va de Jesús Gil a Ruíz-Mateos, pasando por Mario Conde y El Dioni, y toda la caterva de famosos quinquis. El pueblo soberano que luego vota a los Trump que en el mundo son en un ejercicio de estulticia que alerta sobre el peligro de convertir la democracia en demoscopia, mutando calidad por cantidad. El imperio de la ley número que transforma lo público en pasarela de agradecidos “imbéciles”, aquellos que solo se ocupan de sí mismos, según la expresión original del término en el griego antiguo.
Primero fueron los reality shows, luego las redes sociales y sus memes, y ahora la posverdad, en una lógica declinación que teatraliza la vida con consecuencias aún imprevisibles, por más que todos los días tengamos pruebas fehacientes de su estropicio ético-político. Lo denunciaba Jürgen Habermas: “En nuestra sociedad de los medios la esfera pública sirve como espacio de autorrepresentación para aquellos que alcanzan notoriedad” (Entre naturalismo y religión). ¿Y qué mayor celebridad que la que proporciona estar en la pomada de los trepas de campanillas? Aquí y allá, lo público se ha convertido en zona minada para el sentido común, a la vez que pasto de malhechores y bribones de cualquier calaña. De alta cuna y de vieja cama.
Para los de la base siempre hay un “hormiguero” donde vender sus hazañas ante un personal entregado que en su parte alícuota ha sido esquilmado por la estrella invitada. Y para los de rancio abolengo, los “medios serios” ofrecen burladero de relanzamiento donde acogerles. Basta ver los artículos publicados en El País, como firmas de reconocido prestigio dando lecciones de democracia, de Miguel Ángel Fernández, el ex gobernador del Banco de España (http://elpais.com/elpais/2017/01/04/opinion/1483554697_014535.html), y de Joaquín Almunia, antiguo secretario general del PSOE y ex vicepresidente de la Comisión Europea (http://elpais.com/elpais/2017/01/25/opinion/1485351559_927208.html). Sin que suponga óbice ni valladar con que el segundo haya sido el jefe de los “hombres de negro” de Bruselas que metió en cintura a las países que vivían “por encima de sus posibilidades”, ni con el hecho de que el mismo diario donde peroran descubriera que el primero había permitido gravísimas prácticas en la supervisión para maquillar la situación del sector financiero (http://economia.elpais.com/economia/2017/02/01/actualidad/1485975747_511...), luego rescatado con dinero público. Ya decía Alan Greenspan, el presidente de la Reserva Federal de EEUU, que “la principal obligación de una Banco Central es no perturbar a los banqueros”. Dando ejemplo, el último acuerdo firmado por Rodríguez Zapatero al abandonar La Moncloa fue indultar al consejero delegado del Santander, Alfredo Sáez.
Por arriba y por abajo, en perfecta comunión, el esperpento impera y la virtud desfallece. Pirómanos bomberos. Y cuanto más alto en la escala, más bajo en la reputación. Ahí está la historia interminable de las fechorías de un Rey Emérito que no encuentra partido político ni institución democrática que le enfrente. Además de pagarse polvos, revolcones y mancebías a nuestra costa, de disponer de los servicios secretos como celestinas, acaba de conocerse que existen sospechas de que la trama Gürtel pagaba regularmente un impuesto revolucionario al innombrable. Se cita una cuenta secreta abierta en un paraíso fiscal con el nombre de “Soleado”, gestionada por Arturo Masana, un asiduo visitante de La Zarzuela que también se ocupaba de los negocios del epónimo Francisco Correa.
Mientras el pueblo se divierte propinándose patadas en su propio culo, la roña de la corrupción sigue su curso natural. Por eso, la Mesa del Congreso ha rechazado crear una comisión de investigación sobre el supuesto uso indebido de recursos públicos para deleite del monarca. Con la excusa de que su persona es “inviolable”. Un casto apelativo del todo falso, porque no existe estatuto de inmunidad para el Rey Emérito en nuestra Constitución, solo para el titular de la Jefatura del Estado (art.56). Mezclando deliberadamente churras con merinas. Una cosa es que no cabe retroactividad penal para los hechos recién revelados, dado que se cometieron gozando de la protección de la púrpura, y otra muy distinta que el pueblo no sea soberano para exigir que los espías rindan cuentas de sus actividades como palanganeros reales. Un nuevo episodio que corona la “contabilidad extracontable”, vulgo pufo.
Y si de la anécdota pasamos a la categoría, habría que peguntarse si todo este fango de corruptelas y miserias, compartidas y consentidas por los de arriba y por los abajo, no cebaría la bomba de tiempo que ha permitido irrumpir a los Trump, Le Pen, Putin y demás ralea, aupados por el cabreo sordo de los de enmedio. La crítica sin autocrítica es puro escapismo irresponsable. Si la derecha llega al poder democráticamente gracias al voto popular es porque la izquierda lo ha hecho fatal, porque no es realmente izquierda o por ambas cosas a la vez. Como en el caso que nos ocupa. La prueba está en la Encuesta Financiera de las Familias del Banco de España, según la cual desde el inicio de la crisis hasta 2014 la renta media de los hogares españoles cayó un (-18%) y su riqueza un (-37,3%), siendo los jóvenes los más perjudicados, con un descenso de sus ingresos de un (-22,5%), mientras el 1% más rico aumentaba su patrimonio neto en cuatro puntos porcentuales hasta el (+20,23%).
Misterio revelado. Hubo una conspiración sistémica para esquilmarnos. ¿De qué lado estuvieron durante esos años los progresistas en el poder? ¿Y los sindicatos de clase mayoritarios? ¿Se interesaron por los problemas de parados, precarios, autónomos y demás colectivos vulnerables? ¿Quién defendía los intereses de los muchos millones de trabajadores de la pequeña empresa, que es el sector que procura más empleo en España? Lo que se nos caído encima tiene causa en la cultura de la corrupción que lo anega todo, sin distinción de clase ni colores. No ha llegado por arte de magia. Ha venido, y como de costumbre los gurús no saben cómo ha sido. Porque estaban mirando para otro lado o compinchados con los bribones. Ahora a esperar que cambie el ciclo. A que los nuevos salvapatrias se estrellen con su demagogia cuartelera para volver de nuevo a las andadas. Reponiendo en el gobierno a aquellos de cuyas fechorías ya nos habremos olvidado. Sota, caballo y rey.
Rafael Cid
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