Parecía cosa de ciencia ficción, pero los técnicos que trabajan para Telefónica-Movistar han logrado en los últimos dos meses dos objetivos nada sencillos en nuestros días: la participación activa y continuada de los autónomos en una huelga, a pesar de la dificultad intrínseca de los trabajadores “por cuenta propia” para usar este método de lucha, y la unión de tres tipos de trabajadores que, a pesar de hacer el mismo trabajo, permanecían divididos por las distintas modalidades de contratación. Trabajadores de contratas, subcontratas y falsos autónomos mantienen al cierre de esta edición una huelga indefinida para exigir mejoras laborales a Telefónica, y llevan varios días de encierro en un local de la multinacional en Barcelona, y ello sin el apoyo de los sindicatos mayoritarios, que no han tardado en pactar con las contratas de Telefónica.
En la huelga, convocada por el pequeño sindicato AST y secundada por Co.bas y CGT, no mandan las estructuras sindicales, sino los propios trabajadores, según explican sus portavoces a Diagonal, organizados en asambleas y comités de huelga con participación paritaria de los tres colectivos, que se sostienen gracias al apoyo de varias cajas de resistencia nutridas por la solidaridad de la ciudadanía.
Frente al ‘sindicalismo de sillón’, centrado principalmente en las negociaciones, el sindicalismo de base sigue abriendo frentes en un panorama laboral desestructurado. Un claro ejemplo es el del Sindicato de Obreros del Campo (SOC). Nacido en los años 70 en Andalucía con una demanda básica de reforma agraria y reparto de tierras entre los jornaleros desposeídos, el SOC se ha destacado por sus prácticas de acción directa, sobre todo por las ocupaciones de tierras improductivas de grandes terratenientes o de titularidad pública, unas prácticas que se mantienen hasta hoy. Con ellas denuncian que, “mientras hay miles de jornaleros que no consiguen juntar las 35 peonadas que se les exigen para cobrar la renta agraria, hay tierras públicas a las que no se da una utilidad social, que sería que se cultive y que se creen puestos de trabajo y riquezas en nuestros pueblos”, dice Mari Carmen García, una de sus dirigentes.
En 2007, el SOC impulsó la creación del Sindicato Andaluz de los Trabajadores (SAT) y dio el salto del campo a la ciudad. Su perfil de afiliados incluye jornaleros del campo, precarios, eventuales, parados... “La diferencia entre el sindicalismo que hacemos con respecto a los sindicatos tradicionales es que, mientras ellos se basan más en negociar la paz social, nosotros decimos que en vez de estar en los despachos negociando de espalda a los trabajadores debes hacerlo con la voz de los trabajadores, que sean ellos los que tengan la iniciativa”, dice García, que añade que no sólo denuncian los atropellos laborales ante Inspección de Trabajo o en los tribunales, sino que “hacemos acción directa, vamos al tajo, nos movilizamos, paramos el trabajo”. Este tipo de activismo ha convertido al SAT en el sindicato más reprimido de Europa, con 700 miembros imputados, 900.000 euros en multas y condenas a prisión que suman 400 años.
Pero el sindicalismo del SAT no se queda sólo en el ámbito del trabajo, sino que su “sindicalismo a pie de tajo”, como ellos mismos lo califican, apuesta por una estrecha unión entre lo social y lo laboral. “Si hay cientos de familias en riesgo de exclusión social y están obligadas a ir a los comedores sociales, y coincide con que Mercadona no respeta los derechos de los trabajadores y además tira la comida, expropiamos carros de comida para entregarlos a las familias necesitadas”, explica esta sindicalista en referencia a la acción reivindicativa protagonizada en 2012 por 200 militantes del SAT que acabó con la entrega de los alimentos a varias familias residentes en un bloque ocupado de Sevilla. Otra acción similar realizaron en 2013, cuando, poco antes del inicio del nuevo curso, expropiaron material escolar en un Carrefour “para denunciar y demostrar que, cuando desde la Junta nos venden que la educación no tiene recortes, la realidad es otra: que las familias no pueden comprar el material escolar”.
Frente a la precariedad
Frente a un mercado de trabajo desestructurado y con una masa de precarios, eventuales y parados a la que no dan respuesta las grandes centrales sindicales, no sólo se opone el sindicalismo combativo con componente social, también nuevas iniciativas de “sindicalismo fuera del sindicato”. Una de ellas, la Oficina Precaria, nacida en Madrid en mayo de 2012, y al calor del 15M, tiene como objetivo la autoorganización de los trabajadores precarios olvidados por el sindicalismo de concertación.
En este marco se encuadra la campaña No Más Becas por Trabajo, con el objetivo de denunciar la situación de los becarios en España, que realizan el mismo trabajo que una persona con contrato sin disponer de los derechos laborales de ésta; o el trabajo que realizan para dignificar las prácticas curriculares en las universidades. Desde la oficina también han dado apoyo a la campaña Stop Falsos Autónomos, lanzada por CNT para denunciar la realidad de ese colectivo de personas que, a pesar de trabajar para una sola empresa, son obligadas por ésta a inscribirse en el régimen de trabajadores por cuenta propia, con la consiguiente disminución de derechos laborales. Además, como alternativa, la Oficina apuesta por fomentar otro tipo de economía, la social, a través de la autoorganización en cooperativas.
Aunque su primer paso fue la puesta en marcha de una asesoría laboral gratuita, “nuestro punto de vista es hacer un acompañamiento a lo largo de todo ese proceso más que una relación cliente-abogado”, explica Alicia Gárate, que añade que “la Oficina Precaria trabaja en términos de recuperación de la dignidad, y una labor importante es la de empoderar a las personas. Intentamos que sean ellas las que en última instancia lleven la denuncia adelante”.
Con la huelga como método de lucha cada vez más inaccesible para una masa de trabajadores precarios sin cobertura sindical ni social, esta oficina propone “reinventar la huelga” recuperando viejas acciones e imaginando nuevas. Así nacen, entre otras iniciativas, los “escraches precarios” a empresarios que violan los derechos laborales, “una herramienta de denuncia pública de situaciones de vulnerabilidad”, dice Gárate. Mari Carmen García, del SAT, explica que “la huelga, la indefinida, es una lucha siempre útil, como demuestran los técnicos de Telefónica, pero si tenemos en cuenta el índice de paro y que la mayoría de la gente tiene un trabajo en precario, hoy hay luchas con mucho más impacto y que pueden tener mucho mejor resultado teniendo en cuenta estas realidades”. Esta sindicalista considera que “las organizaciones sindicales tenemos que tener imaginación para hacer luchas que realmente molesten al sistema, y que puedan traer soluciones no sólo a los trabajadores, sino también a ese colectivo tan grande de parados y paradas”.
“La separación de empleo y vida ha sido un punto débil para los movimientos sociales”, explica Beatriz García, de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) del distrito madrileño de Vallecas y del Observatorio Metropolitano de Madrid, que recuerda que en sus orígenes el sindicalismo no sólo se centraba en el mundo del trabajo, sino que disponía también de dispositivos de vivienda, de economato, de ateneo cultural, “algo que se asemeja bastante a lo que hoy conocemos como sindicalismo social”, un mecanismo de lucha y apoyo mutuo que une lo laboral y lo social, incluyendo las realidades más invisibilizadas, la de precarios, parados, migrantes, mujeres... “El feminismo ha señalado cómo existen todos esos trabajos no pagados y cómo la reproducción de la vida no se enfoca sólo en el trabajo asalariado. Para mejorar nuestras vidas no podemos luchar sólo en el ámbito laboral”.
A iniciativas como la Oficina Precaria se suman otras como la Vaga de Totes (la huelga de todas), surgida en Catalunya en 2014 desde distintos espacios feministas, y que pretende dar luz a “las condiciones de desigualdad en que se encuentran las mujeres” en toda su diversidad: las paradas, las jubiladas, las trabajadoras del hogar, las estudiantes, las precarias, las amas de casa, las autónomas, las trabajadoras sexuales, las migrantes... Organizadas de manera asamblearia y por comités locales de barrios y pueblos, la Vaga de Totes ha convocado ya dos jornadas de huelga, pero, en sus propias palabras, una “huelga que desborde los clásicos patrones androcéntricos, que sirva a todas las personas, a trabajadoras y no trabajadoras, y a todos los trabajos: productivos, reproductivos, domésticos, sexuales, formales o sumergidos”, que incluya desde desobediencia civil hasta huelgas de consumo y de cuidados.
El sindicalismo social, explica Beatriz García, incluye muchas realidades, y se basa también en el apoyo mutuo y en la solidaridad del grupo. “Los que pensamos que es necesario un sindicalismo social creemos que hay que recuperar toda esa parte que no tiene que ver sólo con la cuestión laboral y salarial, sino con otras cosas que también son necesarias para la vida”. El estallido del 15M, en ese sentido, ha ayudado a impulsar muchas de esas iniciativas que, en base a las nuevas realidades tanto labolares como sociales, experimentan y buscan respuestas colectivas a problemáticas que van más allá de lo laboral y que inciden, a través de un trabajo asambleario y horizontal, en la reivindicación de lo común y de derechos universales, como es el caso de las mareas.
La PAH “quizá sea el ejemplo más depurado, con mayores éxitos, con mayor extensión, con una composición que es la de los trabajadores precarios de hoy, migrante, femenino, muy popular”, explica Beatriz García, que incide en su característica ‘multidimensional’: “Te enfrentas a un desahucio al mismo tiempo que intentas negociar, así como transformar las leyes a la vez que construyes tejido social. Y esa base de apoyo mutuo en un conflicto concreto en varias dimensiones a la vez también forma parte del mejor sindicalismo ”.
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