Esta semana el mundo del turismo y del transporte se vieron conmocionados por un accidente grave por el saldo de víctimas pero especialmente dramático por las circunstancias tan sorprendentes e inusuales que lo rodean. Los hechos son suficientemente conocidos como para que le dedique espacio a ellos.
Yo quería centrarme en la reacción, especialmente en el ámbito político y jurídico, ante una noticia de primera importancia. A mi modo de ver, ha habido una sobrerreacción que tiene que ver con cómo se magnifican las cosas en el mundo contemporáneo. Para mí, lo que hicieron los políticos es intentar explotar un mega evento como es este, que por otros motivos se ha convertido en foco único de la mirada de los medios. El martes y miércoles sólo hubo una noticia, una atención, que acaparó el trabajo de los medios.
He de hacer algunas consideraciones previas, porque en todo esto se tiende al maniqueísmo: por supuesto, siento toda la solidaridad que se puede sentir con estas personas, víctimas inocentes de una conducta anormal. Y siento todo el respeto por las familias, que tienen el derecho a que los servicios públicos localicen con la mayor eficacia los restos mortales de su familiares, y se los entreguen con el mayor decoro posible. Por lo tanto, este no es el problema ni el asunto del que quiero hablar. Ahora bien: yo ya suponía que en Europa, especialmente en Francia, estas cosas se hacían con seriedad y rigor. Igual que sé que España, que habitualmente presenta problemas a la hora de prevenir siniestros, es muy eficaz a la hora de resolver estas crisis.
Me quiero centrar en la reacción de los políticos que acudieron en masa al lugar de los hechos. Es cierto que estamos ante 150 muertos en circunstancias desgraciadas, pero no es menos cierto que con una frecuencia muy elevada mueren cientos y cientos de inmigrantes en su intento de llegar a Lampedusa, en Italia; o que nuestras carreteras se llevan por delante a centenares de personas; o que cada día en nuestra sociedad contemporánea se cometen atrocidades que ignoramos cuidadosamente. En los Alpes ha habido mucho sufrimiento, pero desde luego no creo que sea lo único, ni siquiera lo más grave de lo que está ocurriendo a la Humanidad en la actualidad.
Sin embargo, parece que la dimensión de la reacción no viene condicionada por el número de víctimas sino por la intensidad de la cobertura mediática, por el eco que se puede lograr en la prensa. ¿Es normal que la noticia del accidente prácticamente la ofrezca François Hollande? ¿Un país como Francia no puede dar la noticia sin que antes pase por el Elíseo? ¿Es razonable que se creen tantos gabinetes de crisis, incluso de forma tan absurda como el de Cataluña, donde no tienen competencia alguna sobre estas cosas? ¿Que la fiscalía de la Audiencia Nacional ordene a media mañana abrir diligencias informativas sobre el siniestro? ¿Pero es que nuestros fiscales están viendo la televisión a ver si pasa algo que merezca la acción de la justicia? ¿No existen otros casos de injusticias que merezcan su intervención?
Lo que quiero decir es que en un país avanzado hay suficientes estructuras organizadas para gestionar una crisis de este tipo como para que no sea necesario que los políticos, especialmente los de primer nivel, tengan que intervenir directamente. Sí, está bien que muestren su solidaridad, pero en todo caso, uno se pregunta por qué no hay respuestas similares en otros asuntos de igual o mayor importancia, incluso en cuanto a número de vidas humanas perdidas.
Por muy comprensible que sea la cercanía a estas víctimas, no estaría de más recordar por ejemplo a miles de nigerianos que son asesinados vilmente por las milicias de Boko Haram, en el norte del país, sin que nadie abra la boca en Occidente.
Twitter, igualmente, se ha convertido en una tribuna para esta simplicidad, para esta focalización desmesurada en algunos asuntos, ignorando la complejidad de lo que ocurre en nuestra vida. Y en reflejo de cuán destartalada está nuestra sociedad. Mientras por un lado tenemos la respuesta abrumadora de los políticos, por otro, algunos se quejan de que por esta noticia se ha suspendido un programa de televisión que es tan infecto que merecería ser cancelado sin aducir motivo alguno. Es decir: una sociedad que se va a los extremos, a lo que se espera que se haga o al otro extremo, a denostar lo que es de obligación general.
Si miramos los medios de comunicación veremos que ocurre lo mismo: hiperreacción en los primeros momentos, silencio a partir de un día de estos. ¿O es que hay alguien que diga una palabra hoy del avión de Malaysian perdido en el mar de Tailandia? ¿O es que ha visto usted alguna noticia sobre si los trenes de alta velocidad españoles están hoy más seguros que antes del accidente de Galicia? Flor de un día, para después dejar el asunto de lado. Hoy aún un ejército de medios de comunicación busca el último dato de ese desgraciado copiloto que causó esta tragedia, pero mañana seguramente todo quedará olvidado para focalizar la mirada en otro asunto que, igualmente, morirá en unas horas.
Jean Baudrillard, el filósofo francés, ya habló sobre esta ‘hiperrealidad’ que consiste en que el mundo es si está en los medios, mientras que lo alejado no existe. Un accidente así no hace más que darle la razón. Es el reino de lo efímero, con visiones simplonas, pensado por expertos de marketing para seducir a las masas.
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