Aunque puede que la RAE no considere muy correcto el uso que Pablo Iglesias, esa figura emergente de la política nacional, hace del término “casta” para referirse al conjunto de políticos apoltronados desde hace años en apetecibles cargos en las administraciones o en los propios partidos mayoritarios, lo incuestionable es que la expresión ha hecho fortuna y se repite con mayor o menor complicidad en las redacciones y tertulias.
Se va rompiendo, tras decenios de férrea unanimidad, el consenso tácito existente dentro de los sectores moderadamente progresistas, del elitista mundillo intelectual, para no criticar con la misma virulencia a la supuesta izquierda que a la derecha clásica. Y se rompe no ya porque no se esté de acuerdo en ser más benevolentes con los políticos de izquierdas, sino porque se resquebraja la añeja tradición de considerar parte principal de la izquierda teórica a la socialdemocracia de Ferraz.
Hoy ese privilegio a duras penas lo conservan IU y los partidos emergentes en las europeas, que se autoproclaman herederos legítimos de la indignación que ha sacudido las plazas y las conciencias del país. El PSOE ha pasado, sin cambiar sus políticas conservadoras de la Transición, de partido histórico de los trabajadores a engrosar, junto a PP, CiU, PNV e incluso UPyD, esa casta casposa y fácilmente sobornable de la que nadie se reclama compañero de viaje.
Sin embargo, y salvo tan escasas como honrosas excepciones, en el terreno sindical se sigue aplicando ese no escrito libro de estilo, según el cual UGT y CCOO serían los auténticos sindicatos de clase y sus actuaciones (por dudosas que fueren) irían encaminadas a mejorar las condiciones de los obreros a los que dicen representar y defender. La izquierda sociológica y mediática permanece, desde finales de los años setenta, ciega y muda ante el permanente ejercicio de renuncias en los convenios y pactos bochornosos que han ido rubricando los dos sindicatos oficiales, la CEOE y el PP o el PSOE, que en eso de recortar derechos a los currantes no tienen muchos desencuentros.
Desde los Pactos de la Moncloa hasta las sucesivas reformas laborales, sin olvidar el Pacto de Toledo o los acuerdos para la negociación colectiva, se han venido deteriorando paulatinamente todas las conquistas en materia de salarios, condiciones de trabajo, contratación, prestaciones sociales y pensiones. En las pocas ocasiones en que los aparatos sindicales no se han atrevido a firmar los recortes, su respuesta tampoco ha tenido la rapidez o la intensidad suficientes como para detener la agresión.
Ni siquiera en los tres últimos años, cuando más derechos son pisoteados por el sistema y mayor está siendo la respuesta social (15M, experiencias asamblearias, Marchas de la Dignidad, etc.) han salido Toxo y Méndez de la plácida decadencia de sus organizaciones. Tampoco los creadores de opinión han roto su mutismo para criticar la parálisis del sindicalismo mayoritario o para dar voz y reconocimiento a las realidades del sindicalismo alternativo que se van consolidando contra el viento de la opinión publicada y la marea de la represión.
Pero la historia no se detiene y los sectores más concienciados y activos de la clase trabajadora ya han empezado a romper con esa vieja casta sindical, de eternos liberados y acomodados profesionales, y ponen en marcha otras formas mucho más horizontales y participativas de organizar sus luchas.
Antonio Pérez Collado
Comité Confederal de CGT-PV
Comité Confederal de CGT-PV
Artículo de Antonio Pérez Collado publicado en Levante-EMV: http://www.levante-emv.com/opinion/2014/07/22/casta-sindical/1140640.HTML
No hay comentarios:
Publicar un comentario