Una de las características de la crisis de legitimidad que soporta el régimen radica en su carácter sistémico y terminal, aspectos que se observan en el hecho de que el derrumbe del duopolio político hegemónico, integrado por los dos principales partidos del arco ideológico, el conservador PP y el socialdemócrata PSOE, va a acompañado de manera inexorable por el de sus “escoltas”. A saber, los llamados sindicatos mayoritarios CCOO y UGT y los medios de comunicación que tienen la misión de diseñar la agenda opinativa-informativa del statu quo. Todos ellos, cada uno a su tiempo y modo, se despeñan en la sima del desprestigio social y, por tanto, su influencia languidece exponencialmente mal que les pese.
Lo que sucede es que de tantos años creyéndose la mamá de Tarzán, sin darse cuenta de que ya solo son meros zombis para gran parte de la ciudadanía, aún persisten en ensayar actos de agitación y propaganda para intentar movilizar en orden a sus intereses, directos e indirectos, a una población que hace tiempo dijo adiós a todo eso. Esa es una de las lecturas que cabría hacer de la reciente presentación pública de sendos manifiestos sobre el contencioso catalán, ambos divulgados con especial profusión por el diario El País como abanderado de la Marca España y su Segunda Transición.
Llama poderosamente la atención esa veneración por la sagrada Constitución para instituir qué es políticamente correcto y qué no lo es por parte de un conjunto de personajes públicos a los que nadie ha oído antes la menor crítica pública cuando desde los poderes establecidos se ha vulnerado olímpicamente esa misma norma suprema. Por ejemplo, la reforma del artículo 135 para introducir de matute en la Carta Magna la ideología de la economía neoliberal (ciertamente aquí Martínez entona un piadoso mea culpa) o el más reciente pero igualmente atropellador aforamiento exprés de Juan Carlos y su esposa. Un contexto patriótico sobrevenido que recuerda en sus momentos estelares aquel dicho de que la bandera suele ser el último refugio de los canallas.
Dos manifiestos, pues, distintos pero no distantes. Porque, salvo los consabidos parvenús de último recurso (Maraña o Escolar), ambos tienen la misma denominación de origen. Uno y otro vienen patrocinados por personas que callaron cuando, primero el gobierno del PSOE de Rodríguez Zapatero y más tarde el del PP de Mariano Rajoy, programaron sin contemplaciones la escabechina social. Sí, es cierto, los de la derecha bramaron cuando los ajustes y recortes procedían del PSOE y, a la inversa, los progres criticaron las barbaridades de sus adversarios del PP en el poder. Pero unos y otros, y todos juntos en plenario, mantuvieron una exquisita y cómplice neutralidad ante el austericidio perpetrado en perfecta armonía por el tándem dinástico gobernante.
Por tanto, el intento de ofrecerse como alternativa de la sociedad civil llega tarde y sabe a cazo. Su receta de alternancia en el poder (22 años el PSOE y 11 el PP) ya no se la traga nadie. La clave de la legitimidad que ha irrumpido con el espíritu del 15M está en otra parte, ajena a los códigos de su parasitada prédica. Porque la verdadera alternativa radica en la posibilidad de que el punto de vista de una minoría pueda convertirse en una mayoría. Y eso es lo que precisamente está ocurriendo en España en estos momentos, por muchos manifiestos, proclamas y declaraciones que salgan de los arsenales del sistema.
La impostura de estos sicofantes alcanza su climax cuando reivindican el sentido común, la lógica y la racionalidad para reconducir el debate sobre el derecho a decidir del pueblo catalán, y lo esgrimen nada más aceptar a dos carrillos el esperpéntico e irracional aforamiento civil y penal de un particular que ha sido rey y su esposa, vaya usted a saber por qué. Toda una invitación a volver al pensamiento mágico, al universo del mito, al mundo pre-político, aquel que, como dijo el filósofo milesio Tales, creía que “todas las cosas están llenas de dioses”. Solo son Zombis que nos quieren gobernar.
Rafael Cid
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