Entramos en nuestro Mediterráneo levantino, sus más que templadas aguas veraniegas nos acogen, nos abrazan, acarician nuestra piel, nos hacen sentir vivos. Los niños juegan con sus olas, se dejan querer por el agua salina. Ríen felices cuando cariñosamente les voltea entre la arena y el cielo, que fácil y bello es vivir…
Llenamos las playas del Mare Nostrum, somos más suyos que él nuestro. Sobre nuestra epidermis, la sal depositada se calienta con los rayos solares creando esa segunda piel mineral. Estamos vivos, nos hace sentir más vivos que nunca, y a pesar de los años pasados nos seguimos impresionando por la belleza de la mar, incluso a pesar de que el Garbí que lleva ya soplando unas horas nos acerca a nuestras costas parte de la inmensa cantidad de basura que abocamos a diario.
Pero más allá, a unas cuantas cientos de millas hacia el sur, otros seres humanos semejantes a nosotros, intentan llegar a nuestra tierra prometida, perdiendo en el intento, incluso la vida. La escena se repite y multiplica hacia poniente, y el drama se magnifica en el Mediterráneo oriental, donde los que huyen de la muerte y la guerra son rehenes de las políticas del primer mundo sobre sus países, y de la cobardía europea ante los más desfavorecidos.
No se sabe ni se sabrá a ciencia cierta, cuántas son las personas desaparecidas en nuestro mar, no sabemos de los millares de muertos errantes en nuestras queridas aguas, no queremos saber cuántos cadáveres pesan hoy sobre la conciencia de Europa. De vez en cuando la imagen de un niño pequeño muerto en nuestras orillas, o la noticia del fallecimiento masivo de seres humanos, nos hacen removernos un poco inquietos de nuestros mullidos sofás, no más.
Los que mandan, saben cuán corta es la memoria del ser humano, sobre todo de aquello que se prefiere ignorar. Pasa un lapsus de tiempo y nos olvidamos otra vez de ellas, como si todo esto ocurriera en otro planeta, como si fuera imposible realmente auxiliar a estas personas, como si no se acogiera en otros países pobres de verdad a un 10.000 % más de refugiados.
Los que mandan saben también cuán útil es que tengamos ese reflejo en el espejo de la miseria ajena, aceptando de este modo y con mansedumbre los sacrificios propios exigidos para su solo y exclusivo beneficio, ¡qué suerte tenemos de no estar del otro lado!, y que de paso, el miedo generado a que el padecimiento ajeno pudiera ser el nuestro, nos hace aislarnos en nuestra soledad, nos separa y por tanto nos debilita, nos hace más indefensos y finalmente más cómplices de la barbarie. Perdemos en el viaje valores como la solidaridad, la perspectiva de lo que es justo y bueno, sacando lo peor de nosotros y de nuestra sociedad.
En este viaje casi suicida, casi siempre hacia la nada, al que les están obligando nuestro mandatarios, pierden ellos primero, pero también perdemos nosotras. Con nuestra pasividad y connivencia abrimos la puerta a que esté más cerca nuestro propio infierno terrenal.
Despertemos por tanto, respondamos como si fuera un temporal de levante otoñal en nuestras costas, derrumbemos diques y escolleras, removamos los fondos marinos, inundemos nuestras conciencias de compromiso, arrasemos con la miseria impuesta. No hay remedio, o respondemos, o quizás mañana será demasiado tarde también para nosotras.
Enric Tarrida
Secretario General del Sector Mar y Puertos CGT
http://www.cgtpv.org/confederal/enric-tarrida-mar-muerta
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