España es la economía avanzada con el mercado más dual. Tras casi tres décadas de reformas en una dirección unívoca, los problemas persisten y, en algunos casos, se han agravado
En una serie de artículos recientes, Paloma Villanueva y Luis Cárdenas describían con cierto detalle la persistencia o incluso el agravamiento de problemas crónicos en el mercado laboral español. Entre ellos, se encuentran las altas tasas de desempleo y subempleo, la elevada incidencia de los contratos temporales y otras formas atípicas de empleo, la inestabilidad generalizada en la contratación o el predominio de empleos con bajo nivel de remuneración. En este artículo, con ánimo de insistir en la gravedad de la situación, me propongo ponerla en perspectiva internacional.
Más concretamente, trataré de comparar el grado de incidencia de los trabajadores vulnerables en España con respecto al resto de economías avanzadas, entendiendo por tales a todos aquellos trabajadores que se encuentran en al menos una de las siguientes situaciones.
La primera es, obviamente, el desempleo. El desempleo merma severamente la capacidad de ingresos, limita el progreso formativo y llega incluso a afectar a la salud mental de quien lo sufre. Sus efectos, además, se amplifican significativamente conforme aumenta el periodo de permanencia en una situación de búsqueda infructuosa de empleo.
En segundo lugar, se encuentran las formas atípicas de empleo. Aunque algunos trabajadores logran acceder a un trabajo remunerado, lo hacen en condiciones poco óptimas para el desarrollo personal y profesional. Los dos principales tipos de empleo atípico son los contratos temporales y la ocupación a tiempo parcial, especialmente si no es deseada. Ambas formas de empleo suponen generalmente menos derechos ligados al puesto de trabajo, menos oportunidades de ascenso laboral y mayor riesgo de despido que los empleos estándar.
Por último, debemos reparar en el nivel de ingresos. Haber accedido a un empleo indefinido y a tiempo completo, con garantía de estabilidad y cierta protección frente al despido, no asegura necesariamente que la remuneración percibida sea suficiente como para permitir una capacidad de ahorro razonable o un nivel de cotización suficiente que garantice una cómoda jubilación.
Los trabajadores vulnerables pueden identificarse con lo que algunos autores en Economía Política denominan outsiders del mercado de trabajo. Esta voz anglosajona, que en castellano podemos importar como un anglicismo o traducir como externos, sirve para oponer las realidades laborales que acabamos de describir más arriba a las de quienes disponen de un contrato estable, indefinido y a tiempo completo, con cierto poder de negociación en la empresa en la que están empleados (insiders o internos). Como resultado de esta oposición, resulta la imagen de un mercado laboral dual o dualizado, que se divide entre quienes forman parte de un núcleo relativamente protegido y los que habitan en los márgenes del mercado, con trayectorias laborales discontinuas, recaídas constantes en el desempleo y escasa proyección profesional.
Existen diversos indicadores que nos permiten medir la incidencia de los outsiders o trabajadores vulnerables y, con ello, el grado de dualización del mercado laboral. Además, la mayoría de ellos están disponibles en series largas y homogeneizadas que ofrecen, en acceso público, instituciones con servicios estadísticos de reconocido prestigio. En este caso, me he servido de seis indicadores que provee la OCDE, dos para cada una de las fuentes de vulnerabilidad en el mercado de trabajo. La tasa de desempleo y la incidencia del desempleo de larga duración (como proporción de desempleados de larga duración con respecto al total) recogen la primera de ellas. Por su parte, la incidencia del empleo temporal y de parcialidad involuntaria permiten captar la segunda fuente de vulnerabilidad a la que hemos aludido. Por último, para tratar de medir la vulnerabilidad de ingresos, utilizo la proporción de trabajadores de baja remuneración (el porcentaje de trabajadores a tiempo completo cuya remuneración equivale a 2/3 o menos de la mediana) y la ratio entre los deciles 5 y 1.
Con ellos, he construido un indicador compuesto para un periodo amplio (1990-2017), que mide el grado de dualización en cada economía teniendo en cuenta no sólo la variabilidad entre economías sino también la de todas ellas a lo largo del tiempo. Este indicador toma valores comprendidos entre 0 y 1. Cuando una economía tiene valores relativamente bajos en cada uno de los indicadores parciales, el valor de su indicador se aproximará a 0, indicando un nivel bajo de dualidad. Por el contrario, si los valores de los indicadores parciales son relativamente altos, el indicador compuesto se acercará a 1 y estaremos ante una economía con un mercado laboral dualizado.
Por desgracia, 2014 es el último año en que disponemos de datos de todos los indicadores para España . En este año, que fue el primero de la recuperación económica, el índice mostraba sus valores más altos en España, Irlanda y Portugal (Grecia no está incluida en el cálculo del indicador), fuertemente golpeados por la crisis económica de 2009. Todos ellos habían acumulado grandes desequilibrios externos durante el periodo expansivo precedente y estuvieron en el epicentro de la crisis de deuda soberana que vivió la zona Euro. La zona intermedia está ocupada por grandes economías anglosajonas y europeas continentales. A la cola, se encuentran pequeñas economías nórdicas y europeas continentales.
Sin embargo, sería erróneo atribuir la posición que ocupa España únicamente a factores coyunturales o pensar que los años de crecimiento económico han corregido sustancialmente la situación.
En primer lugar, si tomamos el promedio del periodo 2000-2014 para aislar factores cíclicos, la economía española sigue ostentando el dudoso honor de ser la economía avanzada con el mercado laboral más dual. Además, incluso en 2006, en la cúspide de largo periodo de crecimiento iniciado en 1994, España exhibe uno de los valores más altos del índice.
Por otra parte, algunas de las series de los indicadores parciales que componen el índice (concretamente, cuatro de ellas) llegan hasta el año 2017, tres años después del inicio de la recuperación. Como muestra el Gráfico 2, la economía española mostraba en ese momento tasas de desempleo (UN), desempleo de larga duración (LTUN), temporalidad (TEMP) y parcialidad involuntaria (INVPT) muy por encima del promedio de economías avanzadas. De hecho, se ha elaborado un indicador de dualidad más restringido, que no toma en cuenta de forma directa la vulnerabilidad de ingresos y que, por tanto, excluye en su cálculo la incidencia de trabajadores de baja remuneración y la ratio entre el quinto y el primer decil. El resultado es que España no sólo sigue siendo en 2017 la economía avanzada más dualizada, sino que ha ampliado su distancia con respecto al resto de economías[1].
En definitiva, apoyándonos en los datos internacionales que hasta la fecha disponemos, podemos afirmar sin ambages que España es la economía avanzada con el mercado laboral más dual. No corresponde a este artículo evaluar la estrategia reformista ensayada hasta el momento, que respondía al propósito declarado de corregir las disfuncionalidades que aquí se han advertido. Sin embargo, sí me permitiré constatar que, tras casi tres décadas de reformas en una dirección unívoca, los problemas persisten y, en algunos casos, se han agravado. Puede que sea el momento de adoptar un rumbo diferente.
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