Un cuento sobre el aviador gana el 38 premio de narrativa del Ejército del Aire. El inventor fue asesinado el 18 de julio de 1936 y con él se perdió su proyecto de reactor
Un ingeniero, militar y piloto español llamado Virgilio Leret inventó un motor de turbina para hacer volar un avión más rápido que el ala invisible del sonido. Su mujer, Carlota O’Neill, era una brillante escritora feminista. Se amaban. Tenían dos hijas pequeñas, Mariela y Loti. El futuro prometía ser aún más exitoso y feliz que su presente. ¿Quién sabe qué hubiera sido de su vidas en una España distinta? Hace algunos años me encontré con Leret en viejos documentos, nadie le recordaba. También conocí a Carlota gracias un libro publicado en México en 1964. Les seguí la pista durante varios años, escribí sobre ellos, hasta inventé una novela con su terrible historia, o tal vez nuestra historia. El nombre de su invento no llamará hoy a casi nadie la atención: motor turbo compresor de reacción continua, suena a chisme moderno. Lo era.
Un motor parecido al de cualquier avión que hoy nos lleva de acá para allá, uno de esos cilindros enormes que están debajo de las alas de los autobuses volantes en los que nos metemos para ir lejos y rápido, uno de esos motores que chillan como si dentro de ellos hubiera cien mil mirlos desafinados y mil elefantes de empujando. El libro de Carlota se llamaba Una mujer en la guerra de España y cuenta la odisea atroz de una mujer a la que han asesinado a su marido estando con la familia de vacaciones, la encarcelan sin cargos, la separan de sus hijas, le niegan luego la posibilidad de volver a reunirse con ellas y vive una angustiosa odisea hasta que puede salir de la cárcel y huir de lo que antes fue su país y ya no lo será nunca.
Me encanta volar. Me da igual el cacharro. Es de las pocas cosas que nunca me darán miedo. Mi sueño sería poder volar un complicado Polikarpov I-16 como el que pilotó José M. Bravo, pero tampoco despreciaría tomar los mandos de madera de un Nieuport 11 de la Escuadrilla Lafayette o el elegante Gipsy Moth que evocó Karen Blixen o Beryl Markham o László Almásy. Y ya puestos me encantaría, compartir cabina en el potentísimo bimotor P-38 Lightning, con Antoine de Saint-Exupéry.
En mi biblioteca guardo como un tesoro una coqueta sección de libros técnicos e históricos sobre aviones de hélice y tengo especial cariño por los libros de memorias de los pilotos ingleses publicadas con mimo y elegancia por editores de postín y también de los pilotos españoles republicanos, autoeditados por ellos mismos con pobres medios y nula difusión, escritos tal vez con una prosa muy básica pero de una autenticidad deslumbrante, como las memorias de Francisco Meroño, José M. Bravo o Luis Sirvent. En esta sección de mi biblioteca, entre mis héroes, también están Virgilio y Carlota.
Además de en aviones de pasajeros, he volado alguna vez en ultraligeros tomando los mandos por unos minutos. La emoción y el placer de estar ahí arriba es difícil de explicar. Espero algún día ganar el dinero suficiente para poder comprarme un elegante Spitfire o la réplica de un Nieuport biplano, este cacharro se sigue fabricando y tiene un precio módico. Pero mientras tanto me conformo volando mis maquetas. Tengo un P-40 Warhawk con su boca de tiburón, Varios Bee Gee, un Mig-3 y hasta piloté una preciosa reproducción del mismo Polikarpov con el seis doble pintado en el timón de dirección en el que luchó Bravo y que sufrió un irreparable accidente en mi campo de vuelo de Venturada.
No es lo mismo pero la imaginación lo puede casi todo. Si, escribí una novela sobre Virgilio siendo fiel a su historia. Luego hicieron un documental sobre él y su asombroso motor, y hasta se barajó la posibilidad de que el aeropuerto de Madrid-Barajas llevase su nombre. No todos los países tienen un ingeniero que diseña el primer motor de turbina del mundo. Si el proyecto hubiera tenido el desarrollo técnico que iba a financiar el gobierno de España tal vez le hubieran dado el premio Nobel, tal vez ahora seríamos un país con un sector industrial aeronáutico muy importante y no viviríamos sólo del “sol y playa”. Pero no, hubo una guerra. A Virgilio, de vacaciones con su familia cerca de la base de hidroaviones del Melilla, le asesinaron el mismo 18 de julio e hicieron desaparecer su cuerpo en una de esas fosas comunes que nadie encuentra, o algunos no quieren hoy encontrar.
Pocas personas conocen las pasión multitudinaria que suscitaban los aviones en los años veinte y treinta del siglo XX. Los récords de distancia, las aventuras, viajes y las carreras o raids aéreos que en Europa y América atraían a miles de personas y llenaban las portadas de todos los periódicos. Son los años de Charles Lindbergh y su Spirit of St. Luis, de Jimmy Doolittle y su obeso Gee Bee R-1, de Howard Hughes y su plateado Racer H-1, de Amelia Earhart, del vuelo del hidroavión español Dornier Plus Ultra hasta Buenos Aires o del original autogiro del ingeniero Juan de la Cierva. Un tiempo en el que la tecnología aeronáutica evolucionaba a pasos de gigante sin que ningún país desarrollado en concreto liderase aún esta aventura. Los franceses, ingleses y americanos comenzaban a hacer buenos aviones, pero también los italianos y los españoles estaban desarrollando tecnología aeronáutica punta.
Los aviones de hélice movidos por motores de pistón aún disfrutarían de muchos años de gloria y llegarían a sus límites de desarrollo en los bélicos años cuarenta, pero ya en esos años treinta un pequeño grupo de ingenieros sabía que la hélice tenía poco futuro, que con ella, por cuestiones de pura física, nunca se podría volar por encima de los 800 km/h. ya que la máxima eficiencia del sistema estaba limitada cuando la punta de las palas se aproximaban a la velocidad del sonido. Y en ese momento, casi a la vez, un inglés llamado Frank Whittle comenzó a proyectar un turborreactor, un alemán de nombre Hans von Ohain trabajaba en un diseño parecido en su país y un Español llamado Virgilio ya tenía un proyecto de motor patentado y la aprobación del gobierno de Azaña para comenzar con todos los medios el desarrollo real del prototipo. Pero llegó la guerra y los planos acabaron en manos inglesas.
Contar esta peripecia era una buena novela de espías al más viejo estilo. No tuve que inventar demasiado. Durante su escritura, por esos azares que tiene el destino e Internet, conocí a su nieta Laura S. Leret. Le envié el borrador de la novela y me corrigió algunas imprecisiones históricas y dos o tres gestos “novelescos” que había inventado. En el capítulo final, desde la pura ficción, se me ocurrió que el presidente de los Estados Unidos Barack Obama homenajea a esos tres hombres gracias a los cuales ahora volamos en veloces aviones de turbina. En ese homenaje aparecen los descendientes de Frank Whittle, de Hans von Ohain y también de Virgilio. Allí estaba Laura. Pero ella me pidió que cambiase el final, que pusiera en esa escena, en lugar de a ella, a Loti, la hija de Virgilio y Carlota, su madre. Me conmovió su gesto, me emocionó de verdad, ella deseaba que aunque fuera en la ficción de una novela que aún no se había publicado, su abuelo y su madre Carlota Leret O'Neill, recibieran ese imaginario y casi invisible homenaje.
No cambié ese capítulo, arrogancias estúpidas de escritor, pero mi cariño y mi admiración hacia su abuelos están en toda las páginas de novela. Luego, años después, con algunos de los materiales de esa historia escribí un cuento largo que ahora ha ganado el XXXVIII premio de narrativa del Ejército del Aire, el cuento se titula: El secreto del general Crag. Agradezco al Jurado este premio. Me gusta que el galardón sea una pequeña maqueta plateada del Dornier Plus Ultra. Leret también pilotaba hidroaviones parecidos. Siento que de alguna forma, aunque sea tantos años después, el Ejército del Aire, hoy ya progresista, democrático y moderno, rinde un homenaje a uno de los suyos. Se lo voy a decir luego a su nieta Laura.
Espero que José Julio Rodríguez sea nuestro próximo ministro de Defensa, también fue piloto e intuyo que es heredero de muchas de las cualidades de Leret. Entonces le pediré que pronto haya una calle en Madrid con su nombre o una plaza con algo que recuerde su invento y que pronto se recuperen también su cuerpo. La memoria histórica es sobre todo esto. Siempre que me monto en un avión me acuerdo del gran Virgilio Leret. Para mí el aeropuerto de Barajas lleva su nombre.
Notas:
La documentación técnica de su motor fue donada por las hijas de Leret al Ejercito del Aire. Documental sobre Virgilio Leret.
Para conocer la azarosa vida de Carlota O'Neill y su familia: Una mujer en la guerra de España. Editorial Oberon. 2006.
Han vuelto a publicar el divertido libro de Manuel Chaves Nogales, La vuelta a Europa en avión, que él realizó en 1928 y que nos puede dar una idea de cómo era entonces volar. Editorial Libros del Asteroide. 2012.
La documentación técnica de su motor fue donada por las hijas de Leret al Ejercito del Aire. Documental sobre Virgilio Leret.
Para conocer la azarosa vida de Carlota O'Neill y su familia: Una mujer en la guerra de España. Editorial Oberon. 2006.
Han vuelto a publicar el divertido libro de Manuel Chaves Nogales, La vuelta a Europa en avión, que él realizó en 1928 y que nos puede dar una idea de cómo era entonces volar. Editorial Libros del Asteroide. 2012.
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