Para asombro de la ciudadanía, se suceden las noticias con
un desparpajo inusitado. Parece que cada día vamos a descubrir algo peor que el
día anterior, en una crisis que no acaba y que ya se parece más a una larga
depresión en la que son muchas las cosas que han quebrado. Quizá lo que más
asombro me produce es la poca vergüenza con la que muchos miembros de la élite
en el poder están transmitiendo la información. No les da ninguna vergüenza
contar lo que cuentan y, lo que es peor, no se consideran culpables de nada,
sino más bien personas que están haciendo lo que pueden en un escenario
excepcional. En la ética más tradicional, las personas que actuaban sin
vergüenza ni pudor eran llamados, con cierta razón, sinvergüenzas. Según el
Diccionario, el sinvergüenza es un pícaro o bribón, aunque creo que es más
adecuada la segunda acepción: persona «que comete actos ilegales en provecho
propio, o que incurre en inmoralidades».
Nuestras élites no sólo son pícaras y bribonas, sino que además no sienten la más mínima vergüenza por serlo y no consideran que deban asumir ninguna responsabilidad por sus actos. Son un contraejemplo de lo que debe ser un buen gobernante y un buen ciudadano.
El asunto es grave porque parece una epidemia que asola a todos los personajes de la élite dominante. Chistopher Lasch, un sólido crítico de la izquierda, ya lo definió en 1995 en un libro titulado La Rebelión de las élites y la traición a la democracia, título prestado de un libro de nuestro pensador emblemático de la derecha bienpensante, Ortega y Gasset, La rebelión de las masas. Su tesis central es clara: las élites se han entregado a un hedonismo codicioso y han roto el compromiso moral que les vincula a la sociedad a la que en definitiva le deben lo que son, renunciando estar a la altura de las circunstancias, no asumiendo las responsabilidades que les corresponden y mostrando tanto en su vida pública como en la privada una ejemplaridad que se da de bruces con las virtudes que sustentan la democracia real como ideal de vida. En un artículo publicado hace unos meses, comparaba el comportamiento de esta élite poderosa con el de los miembros de la familia de la Mafia, la cosa nostra.
Nuestras élites no sólo son pícaras y bribonas, sino que además no sienten la más mínima vergüenza por serlo y no consideran que deban asumir ninguna responsabilidad por sus actos. Son un contraejemplo de lo que debe ser un buen gobernante y un buen ciudadano.
El asunto es grave porque parece una epidemia que asola a todos los personajes de la élite dominante. Chistopher Lasch, un sólido crítico de la izquierda, ya lo definió en 1995 en un libro titulado La Rebelión de las élites y la traición a la democracia, título prestado de un libro de nuestro pensador emblemático de la derecha bienpensante, Ortega y Gasset, La rebelión de las masas. Su tesis central es clara: las élites se han entregado a un hedonismo codicioso y han roto el compromiso moral que les vincula a la sociedad a la que en definitiva le deben lo que son, renunciando estar a la altura de las circunstancias, no asumiendo las responsabilidades que les corresponden y mostrando tanto en su vida pública como en la privada una ejemplaridad que se da de bruces con las virtudes que sustentan la democracia real como ideal de vida. En un artículo publicado hace unos meses, comparaba el comportamiento de esta élite poderosa con el de los miembros de la familia de la Mafia, la cosa nostra.
......(...)...
(F.Garcia Moriyon)
http://www.red-libertaria.net/noticias/modules.php?name=News&file=article&sid=2661
No hay comentarios:
Publicar un comentario