En muchas ciudades y núcleos urbanos han surgido (semi)espontáneamente grupos de apoyo mutuo y redes de proximidad para ayudarnos entre vecinas, originalmente para que cuando vecinas en riesgo o contagiadas necesitan algún recado, quienes vivimos alrededor podamos echarles un cable, aunque en determinados barrios esta primera intencionalidad se ha visto desbordada por cientos de solicitudes desesperadas de alimentos y productos básicos de familias sin recursos.
Muchas de estas redes han nacido de la iniciativa de educadoras y dinamizadoras sociales que trabajan en dichos barrios, y rápidamente la mecha ha prendido y cientos de personas se han unido para echar un cable cuando hacía falta. El hecho de que las redes de apoyo mutuo nazcan a raíz de profesionales del sector social, no es algo preocupante. El problema de raíz es que desde hace muchos años las redes comunitarias están institucionalizadas.
La solidaridad es una reacción natural de vivir en comunidad, pero hay que alimentarla, cuidarla y mimarla. Se nutre de lazos, de redes preexistentes, de colectivos barriales y de hacer política en el barrio y de vivir en el barrio. Ha existido en muchos barrios durante décadas y esta ha sido absorbida por el estado de bienestar. Nos han metido en la cabeza que los problemas tienen que ser individuales y que si eres precaria es porque no haces lo suficiente. El capitalismo ha reforzado este discurso que ha generado vergüenza, culpa y cierta suspicacia en el de al lado. El Estado nos ha desactivado y nos ha hecho creer que nuestros problemas se tienen que quedar en lo individual, que mientras más dentro de casa mejor. El capitalismo nos dice que tenemos que ser autosuficientes, y que si no lo eres que tu vecina no se entere. Que la respuesta está en una ventanilla que valorará qué nos merecemos y qué no. Es evidente que esperamos una respuesta por parte del estado de bienestar, pero ¿por qué le damos la organización de nuestras vidas, aparcando al vecindario a meros receptores de asistencialismo? Se puede observar en la forma en la que la gente pide ayuda en los grupos de apoyo que se han generado en torno al confinamiento, con mensajes desesperados y haciendo una lista de por qué se merecen ser ayudados incluso más que el otro.
Las profesionales de lo social en cuyas agendas está “hacer comunidad”, están siendo el motor de arranque de unas plataformas a las que les estaba costando empezar a funcionar. Tienen herramientas, predisposición, ganas e iniciativa, además de que parte de su trabajo es conocer el barrio al milímetro.
Todo este tiempo nos hemos nutrido del asistencialismo y no de la emancipación y los derechos fundamentales de las personas. No dudo que la labor de dinamizadoras y educadoras sea importante y mucho menos dudo de su buena intención, tenemos herramientas e iniciativas muy válidas, nos organizamos de manera eficiente e incluso realizamos labores que muchas personas no querrían asumir gratis, pero también sé de primera mano lo difícil que es soltar la herramienta para cedérsela a la comunidad, porque ya no nos van a necesitar. Esa puede ser una tarea pendiente para las que acompañamos en lo social porque estar ahí para mucha gente es importante, pero sin anular. Solo si dejamos espacio las personas pueden acceder a los roles que la sociedad les ha negado.
Es peligroso profesionalizar el apoyo mutuo. Y es dañino, a la hora de construir unas redes que puedan perdurar, ya que la jerarquía es el enemigo principal del apoyo mutuo y además dependemos de subvenciones y muchas veces somos efímeras. ¿Por qué no dar la oportunidad de las cosas perduren? ¿No sería bonito que estas profesiones se fueran difuminando? Tenemos que conseguir autogestionar las redes, si no ahora, cuando todo esto acabe. El 15M nos enseñó que es posible, que sabemos y podemos crear modos-de-hacer horizontales, al margen de las instituciones, y que es imprescindible hacerlo si queremos construir un mundo nuevo.
Es necesario que la voz en el barrio sea de sus vecinas. Que nadie se sienta juzgada por pedir ayuda o recibirla. No tenemos apenas alternativas no asistencialistas a las ayudas de Cáritas, Cruz Roja, Servicios Sociales o del banco de alimentos. Necesitamos una despensa solidaria en cada barrio, como llevan haciendo años en Tetuán y Vallecas. Y a veces una sola no es suficiente, y menos en situaciones de crisis como la actual donde, por ejemplo en Entrevías, miles de personas han perdido sus empleos precarios en hogares u hostelería o subsisten de economías en B y no pueden salir a la calle a buscarse la vida, y malviven con las prestaciones y con los recursos de unos Servicios Sociales desbordados, que derivan sus casos a las pequeñas redes vecinales para que hagan su trabajo.
Pero, si las anarquistas no hemos estado creando redes en nuestros barrios, ¿hemos estado demasiado centradas en otros proyectos? ¿Es que somos tan pocas que no hemos podido o sabido crear lazos de proximidad? No tengo la respuesta, ojalá la tuviese. Como decía Naomi Klein hace unos días, estamos en una mejor posición en esta crisis que en la de 2008. Tenemos los retazos de experiencias de redes pasadas, y sabemos cómo funciona el organizarse con vecinas con ideas distintas. Ya sabemos trabajar en colectivo y desde abajo, sin líderes de cualquier palo. En 2011, no fuimos capaces de poner sobre la mesa nuestras radicales alternativas a cómo funciona este sistema. ¿Sabremos hacerlo ahora?
Citando a otro político estadounidense, Klein comentaba que “solo una crisis, actual o pasada, produce un cambio real”. Pero dicho cambio, no tiene por qué ser a mejor. Los grandes movimientos reaccionarios también se nutren del miedo de este tipo de eventos. Saber organizarnos y hacer propaganda por el hecho de organizarnos al margen de la oficialidad es un arma contra la opresión.
Y esta necesidad de organización urgente, nos ha pillado desprevenidas. ¿A qué estábamos esperando? Ahora más que nunca tenemos que ofrecer una alternativa real a este sistema capitalista, donde vale más el interés económico de las grandes empresas que el bienestar de los trabajadores. Donde es más poderoso el dinero que la salud de los niños y las personas mayores.
Tenemos que hacer fuerte nuestro grito y reactivar nuestras luchas contra las cárceles, los CIEs, las discriminaciones a diferentes colectivos, la precariedad al servicio de unos cuantos, etc. Nuestra voz y acciones pueden crear lazos que hagan que podamos deconstruir para construir otras formas de ver y hacer integrando las diferencias.
No necesitamos, ni queremos, que desde corporaciones nos digan cómo crear lazos y cómo organizarnos. Queremos y necesitamos redes horizontales y seguras. Pero en un contexto de crisis como la actual, tomar decisiones y crear propuestas colectivas se complica. Debemos armarnos de valor, de paciencia, constancia y empatía. Ahora más que nunca, el barrio es nuestro.
Artículo escrito por Emma, vecina de Entrevías
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