Suspendida a treinta metros de altura, una caja iluminada volaba sobre el público del festival Mad Cool. En su interior, el acróbata Pedro Aunión pirueteaba al ritmo de la música. Un cuerpo –el suyo– que ocupaba aquel poliedro con movimientos ligeros y pausados. Sin embargo, los años de carrera como bailarín aéreo no evitaron que algo fallara. Cuando Aunión quiso cambiar el cable corto al que estaba sujeto por otra goma elástica y más larga para descensos, terminó precipitándose al vacío. Las pantallas del recinto retransmitieron su caída, pero el evento siguió adelante; las primeras explicaciones de la organización llegarían cuatro horas después. Aún sin conocer lo sucedido, un profético Billie Joe, de la banda Green Day, cantaba en el tema inaugural de su actuación que el silencio es el enemigo. Al tiempo, a escasos metros del escenario, la policía científica tomaba pruebas del lugar de los hechos.

“La siniestralidad supone el fracaso anterior de un sistema preventivo. Deben existir elementos de seguridad suficientes para que los errores humanos no desencadenen incidentes de trabajo”, agrega Linares. La citada estadística solo recoge como accidentes aquellos sucedidos entre la población activa con cobertura en materia de siniestralidad. Los autónomos no aparecen en ella. “Los números son alarmantes, pero ni siquiera reflejan toda la gravedad del asunto”, señala Linares. Este recuento tampoco tiene en cuenta las enfermedades profesionales, aunque estas puedan disminuir la esperanza de vida.
Hace diez años los accidentes laborales contabilizados superaban el millón de casos, si bien el fenómeno se ensañaba especialmente con los sectores de la construcción y la industria. Con la llegada de la crisis económica, esta clase de sucesos se ha generalizado. Linares señala el marco de relaciones laborales y la precariedad como verdugos: “La siniestralidad no sucede aleatoriamente. Es efecto del tipo de mercado de trabajo que hemos configurado, donde el 25% de los contratos firmados dura menos de una semana, el 35% menos de un mes y las relaciones laborales se han individualizado radicalmente”, asegura. En el primer cuatrimestre del año han fallecido 168 trabajadores*.
La temporalidad hace de la prevención de riesgos una quimera materialmente imposible. “Al trabajador no le da tiempo a conocer su propia tarea –para atender a los riesgos que esta conlleva– y al empresario no le merece la pena invertir en programas formativos”, advierte Linares, que también señala un incremento de la presión sobre el empleado tras los recortes de plantilla. “Observamos una carga desmesurada como forma de sacar adelante la tarea contando con menos personal. Con la imposición de este tipo de sistemas, es difícil que las medidas de seguridad encuentren acomodo”, explica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario