La aprobación de la Ley 15/97 trajo consigo la entrada de fondos de inversión al sistema sanitario, la devaluación de las condiciones laborales, el recorte en el número de camas y la deshumanización de la atención sanitaria. La pandemia, que ha puesto en evidencia todas las consecuencias de esta privatización, ha despertado la reivindicación de la sanidad pública
Cristina O. ha pasado por hospitales tanto públicos como privados desde que terminó su carrera en enfermería en 2007. Empezó en un centro público, trabajó en dos residencias, estuvo un año en un complejo del Grupo Quirón, ejerció en una tercera residencia y, antes de conseguir una plaza vacante hace ocho años en el hospital público en el que continúa actualmente, pasó por el de Manises (València), que funciona bajo el denominado modelo Alzira. “Creo que el hecho de que insista a todas mis amigas en que, por favor, vayan a parir a hospitales públicos, aunque sea en literas, resume bien mi experiencia”, apunta. Considera que los pacientes que optan voluntariamente por la atención en la privada no tienen “ni idea” de lo que hay: comparte casos de seguros que cubren solo hasta un punto, deshumanización del sistema, envío a la pública cuando el paciente ya no sale rentable. “Si lo supieran, yo creo que muchos no la elegirían”, resume.
Los hospitales privados ya suponen bastante más de la mitad del total de todos los que hay en España y suman, según los datos del último Catálogo Nacional de Hospitales, de 2019, 464 centros, de los que la gran mayoría —314— son propiedad de empresas, otros 133 de entidades benéficas —Cruz Roja y entidades religiosas— y 17 de mutuas. Mientras, los hospitales públicos que se contaban en todo el territorio estatal ese año se limitaban a 342.
La deriva de la sanidad en España hacia lo privado comenzó hace 34 años. “Hay que partir del año 1986, cuando se promulga la Ley general de sanidad”, recuerda Juan Antonio Gómez Liébana, enfermero y portavoz de la Coordinadora Anti-Privatización de la Sanidad Pública (CAS) de Madrid. La ley que sería la base legal del sistema sanitario español se pensó, según explica Gómez Liébana, mucho más progresista de lo que finalmente fue. En sus primeros borradores se hablaba de farmacia pública, una reclamación que, afirma el sanitario, fue descartada por presión de la socialdemocracia alemana, con amplios intereses en la industria farmacéutica, dejando a España sin infraestructuras con las que producir medicamentos más allá del Centro de Farmacia Militar, y a día de hoy fuera de la actual Alianza Inclusiva por la Vacuna contra el Covid-19, de la que sí forman parte Francia, Alemania, Italia y Países Bajos.
El texto también hablaba de salud bucodental, de salud mental —67 de los 91 hospitales psiquiátricos que hay en España hoy son de gestión privada— y de participación comunitaria. “Pero la Ley general de sanidad salió recortada respecto a los borradores más progresistas”, continúa Gómez de Liébana. Señala que en esa época se barajaba como principal nombre para ocupar la cartera de Sanidad el del diputado socialista Ciriaco de Vicente, que planteaba un sistema sanitario totalmente público. El ministerio finalmente fue a parar a Ernerst Lluch y la ley, que nació bajo el lema de la sanidad universal, incluyó una puerta de entrada a la intervención privada: el artículo 90 permitía los conciertos entre el sistema sanitario público y empresas si se cumplían una serie de condiciones, entre las que se citaba, en primer lugar, el uso óptimo previo de los recursos sanitarios propios, cláusula que, en la práctica, se obvió.
El dinero gastado en conciertos sanitarios en 1986 en todo el Estado ascendió a 986,3 millones de euros, según datos del Ministerio de Sanidad, un 11,31% del gasto total de la sanidad pública. Diez años después, el porcentaje destinado a conciertos rozaba el 12% del gasto sanitario —3.071 millones de euros—, y en 2005 alcanzaba el 12,4% con 6.291 millones de euros. En 2018, el último dato registrado, superaba los 8.000 millones de euros de los 71.000 millones de euros de gasto público en sanidad. “Eso da para contratar a 128.000 trabajadores del Sistema Nacional de Salud”, señala Juan Antonio Gómez de Liébana.
“La financiación pública de servicios privados mantuvo un crecimiento continuo, pero en la época de crisis económica, como los contratos con el sector privado eran rígidos, con un incremento anual fijo independientemente de los presupuestos sanitarios, aunque el presupuesto sanitario bajara, esta partida se incrementó notablemente”, expone Marciano Sánchez Bayle, médico pediatra y portavoz de la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública (FADSP). Hay diferencias según territorios: frente a los 31 millones de euros de Cantabria, donde los conciertos, según datos oficiales, suponían en 2018 el 3,5% de su gasto sanitario, o los 139,7 de Castilla y León —3,7%—, en Madrid el dinero público derivado a la privada mediante conciertos alcanzó en 2018 los 845,7 millones de euros, un 10% de su gasto en sanidad pública, y en Catalunya se superaron los 2.832 millones de euros, un 26%.
“Esto lleva así desde los años 80”, lamenta Marcel·la Güell Cid respecto al gasto en Catalunya derivado a empresas privadas. Güell es enfermera jubilada y activista en diferentes movimientos sociales desde los años 70. Lidera la Comissió de Salut de la Federació d’Associacions de veïnes i veïns de Barcelona (FAVB). “Hay una estructura creada con esta especie de consorcio de hospitales que dependen de fundaciones y la gente no tiene conciencia de que es privado”, explica. Ya antes de que se aprobara la Ley General de Salud, el sistema sanitario catalán se construyó con diferencias respecto al resto del Estado que explican que más de la cuarta parte de su gasto sanitario sea destinado a conciertos, una proporción que ha sido incluso mayor en otros años —un 36,5% en 2002—. Actualmente 32 hospitales de gestión privada forman parte de la Xarxa Hospitalària d'Utilització Pública de Catalunya, un ente creado en 2010 por el gobierno saliente de José Montilla (PSC) que abrió las puertas del sistema sanitario a la iniciativa privada.
“Esto lleva así desde los años 80”, lamenta Marcel·la Güell Cid respecto al gasto en Catalunya derivado a empresas privadas. Güell es enfermera jubilada y activista en diferentes movimientos sociales desde los años 70. Lidera la Comissió de Salut de la Federació d’Associacions de veïnes i veïns de Barcelona (FAVB). “Hay una estructura creada con esta especie de consorcio de hospitales que dependen de fundaciones y la gente no tiene conciencia de que es privado”, explica. Ya antes de que se aprobara la Ley General de Salud, el sistema sanitario catalán se construyó con diferencias respecto al resto del Estado que explican que más de la cuarta parte de su gasto sanitario sea destinado a conciertos, una proporción que ha sido incluso mayor en otros años —un 36,5% en 2002—. Actualmente 32 hospitales de gestión privada forman parte de la Xarxa Hospitalària d'Utilització Pública de Catalunya, un ente creado en 2010 por el gobierno saliente de José Montilla (PSC) que abrió las puertas del sistema sanitario a la iniciativa privada.
“Durante estos 35 años, el artículo 90 de la Ley General de Sanidad ha sido el resquicio legal para desviar dinero a la privada”, reitera Gómez Liébana, quien recalca que estas derivaciones se centran “en intervenciones quirúrgicas sencillas y en diagnósticos fundamentalmente, y esto se hace mientras existen servicios de diagnóstico que no funcionan por la tarde y hay plantas cerradas en hospitales públicos por falta de plantilla”. Según el informe Situación actual y evolución de la atención especializada en las comunidades autónomas, publicado por la FADSP en enero de este año, en 2017 los centros privados atendieron el 19,66% de las consultas externas derivadas a atención especializada, de las que el 47,29% eran primeras consultas, y en estos centros se produjeron el 19,5% de las estancias y el 23,5% de las altas con una menor estancia media. “Los datos sobre consultas externas e ingresos abonan la hipótesis de la menor complejidad de los enfermos atendidos en el sector privado”, apunta el informe.
“Hay una estrategia muy consolidada para que el sector privado siga haciendo negocio”, señala Sánchez Bayle. “En la Comunidad de Madrid, cuando se produce algún tipo de citación para pruebas diagnósticas o consultas, llaman a los ciudadanos y les intentan derivar a las privadas; creo que es algo intencionado para descapitalizar al servicio público y favorecer el negocio del sector privado”, añade. “Cuando el sistema público deriva una operación a la privada, el sistema privado cobra y el paciente vuelve al público; te deja el paciente para que le hagas tú seguimiento y controles. La privada opera, coge el dinero y echa a correr”, resume Gómez Liébana.
Llega la Ley 15/97 y el modelo de gestión privada
Pero los conciertos no fueron una puerta lo suficientemente grande y en 1991 se pone en marcha el informe Abril-Martorell. “Básicamente decía que había que abrir el sistema público a la iniciativa privada usando como argumentación las palabras de siempre: eficiencia, eficacia…”, relata Gómez Liébana. Por entonces, la Ley General de Sanidad permitía los conciertos con empresas privadas, pero no la gestión privada de los hospitales y centros médicos públicos, el siguiente objetivo marcado. El 25 de abril de 1997, PSOE, PP, CiU, PNV y Coalición Canaria aprueban la Ley 15/97, sobre habilitación de nuevas formas de gestión del Sistema Nacional de Salud.
“Hay que recordar que el sistema catalán estaba muy privatizado ya y la propia Convergencia vota a favor, y el PP dice que esta ley iba a legalizarlo ya que estaba al borde de la ilegalidad. Influyeron intereses de empresas privadas y la administración catalana, que quería legitimar su modelo”, afirma el activista de CAS Madrid. Fue, como él cita, “la huida del derecho público”, una estrategia por la que las administraciones públicas se sujetan al derecho privado para alejarse de los controles y garantías del procedimiento administrativo.
“Esta ley cierra el paso a la privatización de la sanidad”, afirmó la entonces ministra de Sanidad, la socialista Ángeles Amador Millán. “Hubiéramos querido que grupos parlamentarios que se autocalifican de izquierdas nos hubieran acompañado en la denuncia de lo que es un mecanismo de privatización de la sanidad, que tiene la dudosa virtud de no haber demostrado en ninguna parte del mundo que mejore la eficacia y la eficiencia en la gestión”, respondía Ángeles Maestro, entonces diputada de IU. Desde el PNV, María Jesús Aguirre Uribe marcó como reto “seguir consolidando los fundamentos del sistema de salud, la universalidad, la equidad, la solidaridad, la calidad y la eficiencia”, y dos meses después el Gobierno vasco transformó la Osakidetza —servicio vasco de salud— en un ente público de derecho privado.
País Valencia, cuna de la concesión
Para llegar al origen de las concesiones hospitalarias en España hay que remontarse al 9 de febrero de 1999, cuando Eduardo Zaplana, entonces president de la Generalitat Valenciana, inauguró oficialmente las instalaciones de Alzira. El centro privado se convirtió en el primer hospital español cuya gestión se entregó a una empresa privada a cambio de un canon. No era un rescate: se trataba, según el president, de pioneras “fórmulas inteligentes de gestión” que se adaptaban a las “nuevas exigencias” para mejorar el servicio de la sanidad. Cuando Aznar fue a visitar el experimento. Meses después, se mostró entusiasmado con la idea: Alzira, dijo, “marca un camino, marca una señal, marca una tendencia y marca un modo de resolver las cosas sencillamente muy positivo en el sistema de salud español”. Había nacido en España el modelo PPP (siglas del inglés public–private partnership) aplicado el sistema sanitario.
El modelo Alzira se llevó a otros hospitales del País Valencià y de otros territorios de España. El periodista Sergi Castillo calcula en su estudio La batalla per la sanitat valenciana que las concesiones valencianas, muchas de ellas controladas por el grupo Ribera Salud, han costado alrededor de 7.500 millones de euros en 15 años (2003-2018), a lo que habría que sumar los 800 millones de la factura del Instituto Valenciano de Oncología (IVO) y los 800 millones en resonancias magnéticas, además de otros conceptos como los denominados planes de choque o el transporte sanitario. La privatización arrasó durante esa época con mil millones de euros al año, la sexta parte del presupuesto de la Conselleria de Sanitat. Al mismo tiempo, especialmente entre 2011 y 2013, el presupuesto de la Generalitat Valenciana dedicado a sanidad fue reduciéndose. Estas “fórmulas inteligentes de gestión” implicaron, según muestran los datos de la Sindicatura de Comptes de los ejercicios 2009 a 2015, que las zonas de La Ribera, Dénia, Torrevieja, Manises y Elche, con hospitales en régimen de concesión, tuvieran 1,59 camas hospitalarias por mil habitantes frente a las 3,46 en las zonas con hospitales de primera referencia (La Fe, el General de Alacant y el Hospital de Castelló) o el 2,05 del total del País Valencià.
Durante la etapa del PP, el modelo Alzira se consolidó y Ribera Salud se expandió por País Valencià. En 2007, con Francisco Camps como presidente, se produjo un punto de inflexión: el modelo de Ribera Salud pasa a convertirse en una empresa real. El que era director del hospital Ribera, Alberto de Rosa, se convierte en conseller delegado de Ribera Salud Grupo, que elabora un plan de crecimiento a nivel nacional e internacional. La compañía entra un año después en Erescanner Salud, una unión de empresas dedicadas a las resonancias magnéticas que nació en València pero también abrió mercado en Madrid. La reversión del servicio de resonancias en territorio valenciano se produjo el pasado mes de abril.
En el 2018, con la consellera Carmen Montón a la cabeza y tres años después de la firma del pacto del Botànic, volvió por primera vez a lo público un hospital privatizado, el de Alzira, al finalizar su concesión por 20 años y decidir no renovarla el Govern. País Valencià todavía tiene activas cuatro concesiones en hospitales: el de Torrevieja (que acaba en 2021), Dénia (2023), Manises (2024) y Elche-Vinalopó (2025).
Y Esperanza Aguirre lo trajo a Madrid
En la Comunidad de Madrid, el nuevo paradigma llegó de la mano de Esperanza Aguirre en 2004 con su Primer Plan de Infraestructuras Sanitarias 2004-2007, por el que asignó una partida de 2.280 millones de euros a la construcción de siete hospitales encargados a una serie de empresas que se quedaron con sus servicios no médicos. Entre estas constructoras se encontraba Hispania, que después vendió este contrato de gestión a Assignia, en cuyo consejo de administración entró en 2010 Manuel Lamela, consejero de Sanidad durante la implantación del Plan de Infraestructuras. Solo los actos de colocación de las primeras piedras de los nuevos hospitales en construcción costarían casi medio millón de euros, y los gastos cruzados pagados por la Consejería de Sanidad y las constructoras constituyen una pieza separada del caso Púnica.
En 2007, el Gobierno de Esperanza Aguirre anuncia el segundo Plan de Infraestructuras Sanitarias 2007-2011, con tres hospitales de modelo PPP, a imagen del modelo Alzira: los de Móstoles, Torrejón y Collado-Villalba. “Cuando empieza esto, había un informe realizado por los técnicos de la Consejería de Sanidad que decía que hacían falta cuatro hospitales públicos de tamaño medio, de unas 500 camas. Frente a ese informe técnico, lo que hacen son los 14 hospitales de modelo privado, muchos de ellos de cien camas”, señala Gómez Liébana. Un año antes, 2006, la Fundación Jiménez Díaz fue beneficiaria de un concierto singular por el que la Administración le transmitió la asistencia sanitaria de 400.000 personas que hasta entonces habían sido atendidas por centros públicos. El propietario de la Fundación Jiménez Díaz era Capio, que más tarde se fusionará con el Grupo Quirón, actualmente del fondo alemán Fresenius.
“Los nuevos hospitales en la Comunidad de Madrid se abrieron en paralelo a un cierre muy significativo de camas de titularidad pública, de forma que se favorecía el flujo de pacientes a estos nuevos centros”, explica Sánchez Bayle. Según detalla el informe de la FADSP, entre 2010 y 2017 se han perdido 14.862 camas hospitalarias. “Se trata de una tendencia del sistema sanitario español desde hace años que explica en gran parte el colapso de camas en urgencias en los momentos de mayor demanda de ingresos”, argumenta el informe en relación a las gripes estacionales meses antes de que explotara la crisis del coronavirus.
El recorte en la Comunidad de Madrid no solo se produjo en el número de camas, también afectó a los profesionales: “La privada busca la obtención de beneficios y una parte de la rentabilidad se consigue disminuyendo personal”, subraya el portavoz de la FADSP. Algo que afecta, apunta, a la calidad de la atención sanitaria. “Muchas veces, cuando la privada defiende que son más baratos, lo hacen a costa de malas condiciones laborales”, añade Mónica García, anestesista en el Hospital 12 de Octubre, en Madrid, y diputada de Más Madrid. “Si en la pública ya hay muchas plantillas en el límite, en la sanidad privada, donde el margen de beneficio tiene que ver con el personal, te encuentras con que de lo que se trata es de dar un servicio barato”, continúa.
“Creo que lo peor que he visto en todos mis años de carrera fue unas navidades que estuve de prácticas de máster en un hospital privado”, recuerda Cristina O. Estaba en el servicio de urgencias cuando las enfermeras concluyeron su jornada: “Esa noche había un médico para pediatría, un médico para atención general y una enfermera para todo. Y cuando digo para todo es para hacer el triaje, para llevarlo al box y ponerle los tratamientos, hacer analíticas, bajar al laboratorio y analizar las muestras, ser técnico de rayos, ser celadora…”. Una semana antes de que ella se incorporara al centro, cuenta, una compañera tuvo un ataque de ansiedad al tener que someterse a esa falta de personal.
Las memorias de la Conselleria de Sanitat reflejan que la plantilla en el País Valencià se ha incrementado desde 2014, pasando de las cerca de 50.000 personas empleadas a las 54.000 de 2018 (un 92% personal estatuario), según el último informe accesible. De estas plazas, solo un 14% (cerca de 9.000 personas) están gestionadas por concesiones o consorcios. “En el servicio en el que trabajo ahora tenemos una ratio en la UCI de máximo tres pacientes por enfermera, pero en el privado de València en el que tuve que hacer prácticas podía haber una enfermera para 10 pacientes. Y ahí reza, porque como le pase algo a un paciente y el otro tenga fiebre, tienes que elegir”, lamenta. “Los centros públicos tienen 2,51 veces más profesionales médicos, 2,26 veces más de enfermería, 1,65 veces más auxiliares de enfermería y 1,59 veces más profesionales no sanitarios por cama que el sector privado”, corrobora el informe de la FADSP. Sánchez Bayle afirma que las condiciones laborales son “claramente peores en la privada”. Aunque hace mención a la eventualidad en la pública, argumenta que la estabilidad es mucho mayor.
En cuanto a salarios, Cristina O. explica que, en el caso de los profesionales de enfermería, la situación laboral es mucho peor en la privada en comparación con el personal médico. Ella cobra en la pública unos 1.800 euros con guardias y festivos, y calcula que en la privada ganaría unos 1.300 con más carga laboral—. Otras categorías laborales, como auxiliares de enfermería o celadores, lo tienen mucho peor : “Con suerte llegan a los 800 euros”, afirma. “Se ha intentado que las condiciones sean más parecidas entre las entidades privadas y públicas —afirma Güell sobre la situación en Catalunya—, pero bajando las condiciones de los centros públicos: hay muchos contratos eventuales por días o meses”.
Sánchez Bayle cifra en “aproximadamente un 30%” el personal médico que trabaja en la pública y complementa su salario en la privada, una situación en la que hay “un conflicto de intereses”. “El mayor interés de la gente que trabaja en el sector privado, al menos en teoría, no es que el sistema público funcione de manera adecuada y atienda todas las demandas de la ciudadanía, porque la privada desaparecería”. Por eso aboga porque el personal sanitario trabaje en lo público o en lo privado, sin poder compaginar ambos sectores.
“Hay más población, más hospitales, pero hay menos camas y menos trabajadores. Las privadas recuperaron la inversión en muy poco tiempo”, resume Gómez Liébana. Y es que, sobre todo a partir de 2012, la entrada de los fondos de inversión en el capital de varias de las privadas sanitarias provocó un casino en el que las acciones pasaron en pocos años por varias entidades que ganaron miles de millones de euros con estas transacciones a la vez que concentraban el sector en un puñado de empresas que se repartieron el territorio. Quirón Salud acumula 50 hospitales en toda España, once de ellos en Madrid, entre los que se incluye la gestión de la Fundación Jiménez Díaz, el Hospital General de Villalba, el Universitario Infanta Elena y el Rey Juan Carlos. Ribera Salud mantiene seis hospitales con concierto o bajo gestión con las administraciones públicas, de los cuales tres están en Alicante. El grupo familiar José Manuel Pascual Pascual tiene concesiones en cinco de sus siete hospitales en Andalucía.
Listas de espera
Uno de los problemas que provoca y, a la vez, es consecuencia de esta situación sanitaria es el aumento de las listas de espera. Según datos del Ministerio de Sanidad, en 2008 había 364.397 pacientes en lista de espera quirúrgica, de los que el 6,7% tuvo que esperar más de medio año para ser operado. Once años después, en diciembre de 2019, eran cerca de 705.000 personas, un 19,9% de ellos con una espera de más de seis meses. Aunque aun no hay datos que concluyan cómo ha afectado la pandemia a esta evolución, el personal médico lleva semanas denunciando los efectos que la consecuente paralización de prestaciones médicas va a tener en las listas de espera.
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